Vegetales y Biblia: Estrella de Belén
Padre
Pedrojosé Ynaraja
Dos
verificaciones casi simultáneas.
Repasaba uno de estos días los naipes
de mi “baraja bíblica” cuando me encontré con la que ahora he incluido aquí. Su
nombre era encantador, estrella de Belén, pero el diseño insípido, como
comprobará el lector y añado también, que, como planta, me resultaba totalmente
desconocida, sin suscitar curiosidad alguna. De acuerdo con lo dicho, volví a
meter en su sitio la carta de baraja y la olvidé.
Me movía por el terreno colindante de
la Casa Rectoral donde habito. Estuvo durante algunos años trabajando el huerto
un excelente hortelano que debió un día abandonar tal tarea a causa de su
artrosis. Posteriormente nadie lo ha querido cultivar. En consecuencia, donde
durante un tiempo crecieron patatas, ahora brota anónima hierba.
LUCIÓ
EL SOL
El inicio de la presente primavera ha
sido decepcionante y desconcertante, frío y agua a raudales no han faltado, en
consecuencia, desagradable clima. Empezábamos ya a perder la paciencia, cuando
de repente, al amanecer de un día lució brillante sol y le siguieron del mismo
modo sucesivas jornadas. El comportamiento del astro rey y la ausencia de las
molestas nubes, hizo pensar que iba a celebrarse lucida boda en el universo,
que el paisaje se animaba rindiendo pleitesía, invitando a la naturaleza a que
se uniera a la fiesta. Las nobles plantas se engalanaron y en consecuencia,
brotaron múltiples flores de todos los colores y preciosas formas. Me fijaba yo
un día en unas de deslumbrante blancura, que nunca había visto antes. Sé muy
bien que cuando se abandona un campo y ni se labra, ni se extirpan las malas
hierbas, cuando el terreno queda libre del cuidado y protección del labrador,
llegan de quien sabe dónde, las semillas más diversas. De inmediato germinan y,
en mi caso, en vez de patadas y tomates, brotan hoy las más diversas plantas
que embellecen la espesura. Una y otra vez miraba yo las tales deslumbrantes
florecillas, que ya no eran un ornato cualquiera, llamaban la atención de tan
abundantes y bonitas que algunas eran.
CRECÍA
EN MI ENTORNO
De repente, y sin saber cómo, se me
ocurrió que unas que observaba sí deberían llamarse estrellas de Belén dada su
belleza y candidez. Se ganaban el título “honoris causa” pensaba yo. Me atreví
entonces a consultar el inefable Google y resulta que sí, la planta que
observaba era la “ornithogalum umbellatum”
y ¡oh prodigio! era la misma del naipe y se llamaba así: estrella de Belén. Me
encantó que crecieran en mi entorno y que se le atribuyese tal nombre. Fue un
gran descubrimiento que, como a nadie podía contárselo, lo pongo ahora por
escrito.
Volví una y otra vez a salir y
merodear por el huerto y por otros que rodean una de las iglesias donde celebro
misa. Nunca había tenido una tan gran sensación de belleza, abundancia y vida
preciosa como me rodeaba. Debía ser una demostración del tan cacareado cambio
climático, que, en este caso, apostaba por la hermosura. Sacaba una y otra vez
diversas fotos. Me fijaba en colores y tonalidades. Hasta algunas tímidas
orquídeas me ofrecían sus enigmáticas formas y colores.
LA
“MER DE GLACE”
Lo he dicho más de una vez, muchas
personas se maravillan e intuyen el poder de Dios, al contemplar paisajes
grandiosos. No dudo que la visión de las montañas pirenaicas y alpinas, le
asombran a uno, ahora bien, no puedo alejar de mi mente cuando las miro, las
explicaciones que recibí en clase de geología referentes a movimientos
orogénicos, actuaciones abrasivas de vientos cargados de arena y corrientes de
agua que lesionándolas, las habían ido conformando. Contemplar la “mer de glace” que desciende por
la falda del Mont Blanc,
desde Chamonix, nunca se olvida, pero no ignoro
mientras la observo, la labor de zapa que efectúa el hielo, avanzando
lentamente y desgastando la ladera. Por más tiempo que pase, no se alejan de mi
cerebro las elementales nociones escolares. Aprendo sí, pero no aplaudo
interiormente el espectáculo
JESÚS
CONTENTO
Muy diferente resulta la vivencia
cuando caminando con displicencia por ignotos senderos descubro una flor
silvestre que asoma su corola entre las hierbas o escondida entre las zarzas.
Me emociono entonces, pensando que nadie se propuso sembrarla allí, que su
existencia es pura generosidad de Dios y se lo agradezco sinceramente.
Volvía a casa pensando lo contento que
se sentiría el Jesús histórico, si se hubiera movido por los terrenos por donde
yo había caminada aquella tarde. ¿has visto lo bonitas
que son? Le decía mentalmente. No me vuelvas a decir que ni Salomón fue capaz
de vestirse con tal elegancia, le susurraba también al Señor. De inmediato recapacité
y en mi interior oí una voz que me decía: estoy contento yo, de que estés
contento tú.
Repasaba el texto escrito, como
siempre hago, y más veces debería hacerlo, me relamía pensando en mi gozo,
cuando me vino a la mente el poema que Rubén Darío dedicó a una chiquilla y que
yo sabía de memoria cuando a los 10 años la recitaba en el colegio marista de
Burgos. Es muy largo y no lo sé ahora de memoria, pero acudo a internet y lo
encuentro. Me viene a la memoria entonces la clase de tercero, con sus pupitres
y tinteros y hasta el nombre de alguno de mis compañeros. No ahogo la nostalgia
que siento ¿Quién no? He leído lentamente la poesía, sé hoy que es la
malaquita, un manto de tisú y hasta el perfume del azahar, casi lloraba de
emoción recordando los versos, pero he reconocido que mi gozo de hoy es
semejante al de la gentil princesita a la que el nicaragüense le dedicó su
poesía.
(advierto al
lector por si no se había dado cuenta, que la cita bíblica que aparece en el
naipe, no se refiere a nuestra flor, ni a ninguna otra. Ignoro porque el editor
la ha escogido)