Vegetales y Biblia: manzana

 

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

La simpatía que uno sienta por algo depende en gran manera de la experiencia que pueda tener de ella. De nuestra fruta y del árbol que nos la proporciona, tengo buen y satisfactorio conocimiento desde mi infancia. El sabor que tenían las manzanas reinetas que un pariente nos traía de un caserío en tiempos de hambre, de guerra civil y de post guerra, nunca lo olvido. A las otras, las vulgares y gusanadas pomas, compradas en el mercado, no las apreciaba tanto, sin llegar a desdeñarlas. Manzana, uva y naranja, es toda la fruta que comíamos por aquel entonces. ¡Y gracias a Dios, que no nos faltaron!

 

“MANZANAS DEL BUEN DIOS”.

 

Ahora bien, volvíamos en una ocasión de tierras francesas, nos dirigimos por un sendero que se empinaba hacia un collado situado ya en el Pirineo andorrano. Era de noche, plantamos la tienda como pudimos, deseosos como estábamos de merecido descanso. Nos acurrucamos lamentando el frío que se había metido hasta los tuétanos y el hambre que atenazaba por no haber comido nada desde el mediodía. Al amanecer nos sorprendió ver cercano al coche, un manzano silvestre con sus correspondientes manzanitas colgando. El rocío lo empapaba todo y la baja temperatura inmovilizaba los dedos, pese a ello, salimos deprisa y devoramos cuantas manzanas pudimos alcanzar. De inmediato aquella fruta recibió el nombre de "manzana del buen Dios", Volvíamos de Taizé y nuestro fervoroso estado de ánimo nos dictaba el calificativo.

 

UN JABALÍ

 

Comer un fruto silvestre, crecido sin poda, salvaguardado de impertinentes gusanos, alumbrados por el inicial rosado sol de la aurora, es una experiencia inolvidable, que la mayoría de urbanitas desconoce.

 

Junto a mi casa, en la que yo habito ahora, había un manzano. Esperaba saborear la fruta un poco verde, sin haber llegado a madurar, cosa que en los mercados difícilmente uno encuentra y que aprecia más que el dulzón sabor de las que venden largamente conservadas en cámaras, que han suprimido muchos aromas y sabores, que sí conservan las que en el árbol todavía están. Me acerqué una mañana y observé atónito que alguien lo había tronchado. Por las huellas que el terreno conservaba se trataba sin duda de un jabalí. El cerdo salvaje había atacado el tronco con violencia y logrado que las ramas tocaran el suelo y, evidentemente, comido sus frutos. Quedó alguno que otro escondidos, que saboree con la misma fruición con que lo había hecho con los de aquella montaña andorrana. Tenían sabor nostálgico. Solo les faltaba la compañía, masculina y femenina, de la que había gozado en aquel entonces.

 

DE BRASIL O DE SUDÁFRICA

 

Por comarcas no muy lejanas a donde vivo, existen grandes plantaciones de manzanos. Los podan en forma de abanico y los dejan planos. No crecerán tampoco, de esta manera y sin esfuerzo, se podrán alcanzar las manzanas y cargarlas en el remolque fácilmente. Se venderán y se conservarán en atmósfera adecuada, que posibilitará el comercio en el momento que convenga. Tal vez las que yo compre sean de importación y más baratas, que lo han sido en alguna ocasión procedentes de Brasil o de Sudáfrica. ¡prodigios del mercado! En tales condiciones difícilmente gozarán de las cualidades organolépticas que los textos bíblicos atribuyen a las silvestres. Poco de ello tienen en común con las manzanas mencionadas en el Cantar de los Cantares.

 

OFREZCO LAS CITAS.

 

(Ct2,3ss). Como el manzano entre los árboles silvestres así mi amado entre los mozos. A su sombra apetecida estoy sentada y su fruto me es dulce al paladar. Me ha llevado a la bodega y el pendón que enarbola sobre mí es Amor. Confortadme con pasteles de pasas con manzanas reanimadme. Confortadme con pasteles de pasas con manzanas reanimadme que enferma estoy de amor. Su izquierda está bajo mi cabeza y su diestra me abraza. Como el manzano entre los árboles silvestres así mi amado entre los mozos. A su sombra apetecida estoy sentada y su fruto me es dulce al paladar.

 

(Ct7,9). Me dije: Subiré a la palmera recogeré sus frutos. ¡Sean tus pechos como racimos de uvas el perfume de tu aliento como el de las manzanas, tu paladar como vino generoso!

 

(Ct8,5) ¿Quién es ésta que sube del desierto apoyada en su amado? Debajo del manzano te desperté allí donde te concibió tu madre, donde concibió la que te dio a luz. Ponme cual sello sobre tu corazón como un sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la Muerte implacable como el Seol la pasión.

 

 Y añado otras también bíblicas

 

(Pr 25,11) Manzanas de oro con adornos de plata, es la palabra dicha a tiempo.

 

(Jl 1,12) Se ha secado la viña, se ha amustiado la higuera, granado, palmera, manzano, todos los árboles del campo están secos. ¡Sí, se ha secado la alegría de entre los hijos de hombre!

 

UN HIGO

 

En la tradición cultural occidental, se dice que la fruta prohibida del Paraíso era una manzana. Pura imaginación. He leído que, según la creencia oriental en cambio, se trataba de un higo. Esta segunda afirmación se fundamenta en que dice el relato del Génesis que Adán y Eva cubrieron su desnudez tapándose con hojas de higuera. Si la narración corresponde, pues, a un lugar geográfico concreto y una vegetación determinada, que hubiera una higuera será cierto y como prácticamente fructifica todo el año, que tuviera higos también.

 

 No se extrañe el lector de la deficiencia de la fotografía de la flor del manzano. Cuando escogí el naipe al que vengo refiriéndome y me ajusto a mis posibilidades, el tiempo de floración ya había pasado, solo quedaban en mi arbolito tres mustias flores. Pregunté por mi entorno y ni una sola vieron tampoco. Con muy buena voluntad, una vecina me ofrecía un frasco de mermelada que ella misma había elaborado. Por buena que fuera, evidentemente, no podía ser objeto de ilustración en este reportaje.

 

Al aludir a la manzana el Cantar de los Cantares, le atribuye cualidades sensoriales y hasta sensuales, sin llegar a considerar que sea manjar afrodisíaco. He consultado Google y ¡cómo no! algunos si se las asignan. El hombre es capaz de dotar de tal estímulo a cualquier cosa, con tal que ejercite a su manera la imaginación. Confieso que por muchas que en mi vida haya comido, nunca he sentido ninguna excitación de tal género.