A un recién bautizado
P. Fernando Pascual
18-5-2018
Ya han pasado varios días
desde que el agua del bautismo inició algo totalmente nuevo en ti. Ese hecho
maravilloso sigue vivo en tu corazón y en el mío.
Porque el día de tu bautismo
fue único en tu vida: Cristo te tomó consigo, te sacó de las tinieblas, te hizo
hijo del Padre en el Espíritu.
El rito fue sencillo y
solemne. Tú estabas allí, con tus compañeros, y te dejabas llevar de un sitio a
otro entre rito y rito.
La llamada, las renuncias, el
óleo de los catecúmenos, la profesión de fe. Te acercaste a la pila bautismal.
El agua cayó sobre tu cabeza.
Luego, la unción con el
crisma, el cirio, las vestiduras blancas. Ya eres de la familia. La Iglesia es
tu casa como es la mía.
No resulta fácil describir el
hecho extraordinario que acababa de ocurrir. Los días que pasan, al menos,
permiten volver con los ojos del alma a ese momento para meditarlo
agradecidamente.
Porque Dios en persona te tomó
en sus brazos, te acogió como hijo, te hizo miembro de su Cuerpo. Desde
entonces eres una creatura nueva.
El Evangelio se hizo verdad en
tu vida. No naciste de la carne, sino de Dios (cf. Jn
1). Te uniste plenamente a la Cruz de Cristo, a su Muerte, a su Resurrección.
Tu alegría es mi alegría, y es
la alegría de toda la Iglesia. Como en los primeros momentos de nuestra
historia, hay fiesta. Un hijo de Adán ha empezado a ser, plenamente, hijo de
Dios.
Sé que ahora experimentas,
quizá con más dureza que antes, la lucha que nos acompaña a todos los
bautizados. El demonio buscará mil maneras para apartarte de Cristo.
Pero confía: el Señor ha
vencido. Su victoria es tu victoria. Basta con abrir el corazón a su cercanía y
acoger las inspiraciones del Espíritu Santo para conservar el tesoro de la fe
católica.
Ahora, déjame participar de tu
alegría y sentir esa inmensa dicha de saber que somos hermanos. Caminaremos
juntos. Me ayudarás a recordar mi propio bautismo.
Yo te explicaré que ningún
pecado puede derrotarnos si somos humildes, si pedimos perdón tras la caída, si
acogemos la misericordia que ahora ha inundado tu alma, como inundó la mía,
desde la acción de las aguas del bautismo...