“Alegraos y regocijaos” (5)
¿Pelagiano yo?
Pbro. José Martínez Colín
1) Para saber
Hablar de santidad es
hablar de algo sobrenatural, de algo que está muy por encima de nuestra
naturaleza, de nuestro modo de ser. La santidad es algo divino, le corresponde propiamente
a Dios. No obstante, como el Papa Francisco nos lo recuerda en su último
documento, “Alegraos y regocijaos”, Dios nos creó para alcanzarla. Cabría
preguntarse, ¿cómo Dios me pide algo que no puedo alcanzar por mí mismo? Sucede
que Dios nos pide la santidad, porque Él mismo está deseoso de otorgárnosla. Dios
en su gran misericordia quiere dar la santidad a todos los hombres. Pero ha de
quedar claro que es Dios quien la otorga. El hombre, por sus propias obras,
aunque sean muy buenas, no puede obtenerla sin Dios.
Por ello, un peligro hacia
la santidad consiste en creer que uno mismo, sólo por sus obras, puede
santificarse. Es un error que sostenía un pensador llamado Pelagio, y por eso a
esa postura se le llama “pelagianismo”, o quienes eran más moderados, pero
seguían en el mismo error, “semipelagianos”.
El papa Francisco nos
previene contra este error que sigue estando presente, olvidándonos que todo
depende, no del querer, sino de la misericordia de Dios (Cfr. Rom. 9, 16). En el fondo, falta la humildad para reconocer
nuestros límites, concluye el Papa.
2) Para pensar
Los santos nos enseñan
cómo todo lo dejaban a Dios, incluso su propia santidad. Esperaban llegar a la
santidad, no porque confiaran en sus propias fuerzas, sino en la misericordia infinita
de Dios.
Santa Teresita del Niño
Jesús, expresaba así su confianza: “¡Aunque tuviera sobre mi conciencia todos
los crímenes que se pueden hacer, no perdería un ápice de mi confianza! Iría,
con el corazón quebrado de arrepentimiento, a echarme en los brazos de mi
Salvador. Sé que ama con ternura al hijo pródigo, he oído sus palabras a
Magdalena, a la mujer adúltera, a la Samaritana. No, nadie podría asustarme,
pues sé a qué atenerme acerca de su amor y de su misericordia. Sé que toda es
multitud de ofensas me abismaría en un abrir y cerrar de ojos, como una gota
echada en un brasero ardiente”.
Pensemos qué tan
consciente somos de lo que Jesús ha hecho por nosotros y si se lo sabemos
agradecer.
3) Para vivir
Hoy en día algunos piensan
que pueden prescindir de Dios para salvarse, piensan que porque “no matan, ni
roban” ya se merecen el Cielo. Pero se olvidan que es gracias a Jesucristo que
el Cielo se ha abierto para el hombre. Que toda salvación no puede dejar de
lado a Jesús. Incluso se ignora que “si no mato ni robo”, se lo debo también a
Dios, que con su ayuda logro no hacer el mal.
El Papa nos recuerda que el
II Sínodo de Orange afirmó “que nada humano puede exigir, merecer o comprar el
don de la gracia divina”. ¿Entonces el hombre no debe hacer nada? Sí puede. Ha
de cooperar con la gracia para el propio crecimiento espiritual.
Cuando no se tiene en
cuenta el papel de Jesús en la salvación, fácilmente se cae en una
autocomplacencia egoísta privada del verdadero amor. Se manifiesta en vivir
obsesionado por la ley, vanagloriarse de los propios triunfos, e incluso un
cuidado excesivo de los aspectos litúrgicos. Por cuidar estos aspectos, se
olvidan de lo principal: vivir el mandamiento del amor.