Populismos, relativismo y
democracia
P. Fernando Pascual
8-6-2018
La preocupación ante la fuerza
de grupos y partidos populistas surge desde una interesante idea: no todo vale
lo mismo en la vida social.
Esa idea choca frontalmente
contra el relativismo. Según la postura relativista, en democracia todos los
partidos entran en igualdad de condiciones, porque ninguno puede ser visto como
"mejor" ni como "peor".
Basta un mínimo de sentido
común para reconocer que algunos partidos políticos tienen propuestas
descabelladas, o dañinas, o peligrosas, o populistas.
El relativista, sin embargo,
no tiene herramientas para defenderse ante esas propuestas, porque carece del
criterio para distinguir entre bien y mal, entre justo e injusto, entre
populistas y políticos sensatos.
Por lo mismo, una democracia
que quiera ser sana y sobrevivir ante los embates del populismo y de posturas
políticas dañinas, tiene que rechazar seriamente el relativismo y aceptar que
existen criterios objetivos para juzgar sobre la corrección o incorrección de
cada propuesta.
Los problemas surgen a la hora
de establecer esos criterios. Pero el hecho de que no sea fácil identificarlos,
o que se discuta sobre cuáles sean aquellos fundamentales, no quita la
necesidad de un esfuerzo sincero por llegar a ellos para aceptarlos como el
mínimo necesario para una buena convivencia social.
Frente a tantas ideologías que
han provocado y provocan millones de muertes, sea desde posturas racistas, sea
desde nacionalismos exagerados, sea desde el desprecio hacia los pobres, los
indefensos, los no nacidos, hace falta construir planteamientos políticos que
garanticen los derechos fundamentales.
Desde esos planteamientos no
solo será posible rechazar cualquier postura populista dañina, sino también
construir proyectos políticos que sirvan para tutelar la justicia, para
defender a los más débiles, y para promover la necesaria armonía social, que
tanto beneficia a las personas y a los grupos.