La Trinité - Prunet et Pelpuig

 

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

El título es largo, como largo fue nuestro camino hasta llegar a esta ermita del Pirineo francés, pese a la relativa poca distancia que debíamos recorrer. (Vivo en Barcelona)

 

La proximidad de esta cordillera sea tal vez la razón por la que le tengo mucha simpatía, pero creo que seguramente influye también mucho su mediano tamaño. Aunque no he llegado a subir sus cimas más altas, el Aneto (3404m), la Maladeta, els Encantats, etc. situados por tierras aragonesas, cuando de joven estuve a punto de ir con unos compañeros, una inesperada gripe me lo impidió. Me he tenido que contentar después con montañas de menor altitud.

 

ACAMPAR

 

Acampar a sus pies, contemplar su vegetación, desde sus abundantes pinares, hasta sus pequeños edelweiss y gencianas, son experiencias inolvidables, para mí muy queridas. Cuando en verano voy diariamente a celebrar misa al Cottolengo, por el camino, casi siempre, diviso las míticas montañas del Canigó, punto de apoyo de la epopeya catalana del mismo nombre. Estas y muchas otras cúspides a las que he subido. Las miro y recuerdo tantas aventuras pasadas por sus valles y montañas, tantas amistades iniciadas y tantas inmejorables experiencias. Por aquellos tiempos estaba permitido encender fuego y en los campamentos la reunión al anochecer alrededor de la llama, los chistes, las canciones, los exámenes de la jornada y la oración y bendición, nunca se olvidan.

 

FABULOSA Y MITOLÓGICA

 

El Pirineo es una cordillera fabulosa y mitológica, pero que conserva un tamaño proporcionado al hombre. Pienso en los Alpes, en el Montblanc (4.810m) (tantas veces contemplado desde Chamonix y en su “Mer de Glace” que uno nunca olvida, sobre todo si uno ha leído la novelada historia de “el primero de la cuerda”. Pese al asombro con que uno lo mira, tiene la sensación de que no está a disposición de un hombre cualquiera, son moles donde a gusto se moverán gigantes, no vulgares hombres, hijos de vecino.

 

Estoy evocando los tramos orientales pirenaicos, muy pisados sus caminos, muy frescas sus fuentes y asequibles sus cimas. Me gusta volver, aunque la permanencia sea corta. Esta semana he tenido ocasión de ir, mejor dicho, de volver a ir, a la ermita de la Trinidad, situada en la población de Prunet et Belpuig, que por lo que compruebo, no posee núcleo urbano alguno.

 

LA PICA DEL CANIGÓ

 

Pero vuelvo al principio. El centro de atención de este entorno es la pica del Canigó (en femenino, sí de 2784m) preciosa cima a la que adornaba su falda un pequeño helero que orgullosamente llamaban glaciar y que, según creo, ya no existe, seguramente debido al cambio climático. En realidad, se trata de una pequeña sierra conocida como “montañas del Canigó”. Tema de canciones y leyendas algunas de contenidos medievales, que J. Verdaguer, poeta catalán por excelencia, convirtió en la epopeya catalana. A sus pies se levantaron las abadías de San Miquel de Cuxà, parte de su claustro comprado y trasladado a tierras americanas, que es hoy sede de un museo en Nueva York.

 

 

 

Muy cerca de este cenobio, casi por casualidad, nació el gran místico Tomás Merton. Creo recordar que él mismo lo menciona en su “Montaña de los siete círculos” famoso texto, mitad biografía, mitad análisis de espiritualidad, que fue bestseller, allá por los años cincuenta del pasado siglo. No creo que influyera para nada en su personalidad haber nacido por estas tierras, donde sus padres de vida bohemia pasaban una temporada. Nació por aquí y yo nunca lo olvido, que mucho bien espiritual sus obras me hicieron. Fue como escritor un “monstruo místico” y continúa siéndolo su recuerdo y sus intuiciones. Paradójicamente, iniciando estrechos contactos con místicos de culturas orientales en el subcontinente asiático, murió electrocutado manipulando, creo recordar, un prosaico ventilador. Murió, pero “los hombres no son islas” “el signo de Jonás” “ascenso a la verdad” y otros muchos escritos satisfacen la sed de espiritualidad que muchos sentimos. Recuerdo, por si el lector lo ha olvidado, que me refería al monasterio de Cuxà. La primera vez que visite este cenobio, era abadía cisterciense, posteriormente y en la actualidad, es priorato benedictino.

 

SAN MARTÍN DEL CANIGÓ

 

Muy cerca, pero encajado, casi clavado, en la ladera, entre bosques y precipicios, en el corazón de estos parajes, se erige el de San Martín del Canigó, hoy monasterio de “Communauté des Béatitudes”. Nacida en Francia esta colectividad en 1973, de derecho pontificio desde 2002, pertenece a los movimientos de renovación carismática, de tipo “familia eclesial de vida consagrada”. Pasar un rato visitándolo y, si uno puede, dialogando con algún miembro de la comunidad, marcha feliz siempre. Es una fuente de espiritualidad más fresca que la “Font de la perdiu” que mana cerca de la cima y que solo ofrece agua. La primera vez que visité el edificio, allá por el 1953 estaba totalmente deshabitado. Más tarde, durante unos cuantos años, vivía un solitario monje alemán, que soñaba que se convirtiera el lugar en una comunidad monástica mixta y que hoy, como he dicho, ya se ha hecho realidad.

 

SIN LETREROS, SIN PERSONAS

 

Por entre estos rincones, bordados de carreteras de montaña, con pocos letreros que informen al viajero y casi sin encontrar persona alguna, ni en campos, ni en las pocas casas que uno pueda por casualidad encontrar y que pudiera orientarnos, llegamos, por fin, a la ermita, meta de nuestro viaje. Yo personalmente, había estado unas cuantas veces con anterioridad, pero tantas rutas que no aparecían en detallados mapas y en los GPS que llevábamos, ignoraban el edificio religioso, así que nos equivocamos más de una vez entre tantas veredas que se nos presentaba y debíamos escoger. Dimos vueltas y revueltas, hasta conseguir llegar. El desconocimiento del nombre exacto del municipio supuso más de una vacilación y algún que otro rodeo, pero, por fin, al lado de una curva pronunciada apareció a nuestra vista. llegamos.

 

Pese a las previsiones meteorológicas el tiempo era apacible y agradable, ni frío, ni calor. El edificio no es ni minúsculo, ni grande. Disponíamos de suficientemente tiempo para permanecer durante un buen rato, sin prisa alguna.

 

ATRACTIVO

 

¿Y qué tiene de particular? ¿qué atractivo nos llevaba a este lugar? Preside el retablo del altar mayor una imagen de san Pedro, patrón de la ermita en sus inicios (consagrada en el 939, sin que quede casi ningún resto de ello). En la cúspide del retablo, uno observa una majestuosa representación del Padre Eterno. Ni fu, ni fa. Si el origen de la nave central se sitúa en el siglo XII, a su lado derecho se le incorporó una nave de menor tamaño donde está situada la asombrosa imagen de Jesús Crucificado. Se trata de una “majestad románica”. Uno la contempla y se contagia de la serenidad sagrada que la imbuye. Su mirada apacible, casi sonriente, cautiva de tal modo, que uno no se cansa de continuar una y otra vez mirándola. Ni alegra, ni entristece. El dolor de la crucifixión no es ignorado, pero la paz divina del Hijo de Dios que se ofrece por nosotros es lo que más resalta. Contemplarlo, es una lección intuitiva de teología.

 

ESPÍRITU JOVEN

 

Ahora bien, el nombre del edificio es La Trinidad y uno lo aprueba al ver el pequeño retablo que, en el muro de la izquierda de la nave central, esta adosado. (1698) La particularidad de este conjunto escultórico es que la figura del Espíritu Santo representa a un joven. Lo considero acertadísimo. El Padre es creador, el Hijo redentor, el Paráclito juventud alegre y vida. Su misión, pues, realizada con éxito las dos primeras, génesis y manumisión, es de suma actualidad. Nuestro decadente mundo actual, precisa urgentemente de animación, de esperanza, de ensueño ilusionado, en una palabra, de eterna juventud, como lo es Dios, especialmente figurada en la Tercera Persona. O más bien, Esperanza. A su lado de menor tamaño, otra representación del misterio central de nuestra Fe. En el mismo muro, no faltaba más, una imagen de Santa María.

 

NO APARECE EN GUÍAS

 

De acuerdo con el texto y con las fotografías que acompañan, se habrá dado cuente el lector que no se trata de un monumento importante. Advierto también que no aparece ni en las guías, ni en los mapas, circunstancia por la cual uno goza, yo he gozado siempre, de rica y fecunda soledad, apacible vivencia, tan difícil de conseguir hoy en día. Su entorno está muy bien cuidado y uno puede sentarse y comer en los bancos y mesa de toda la zona ajardinada, compartir y, antes de irse volver a entrar y, en nuestro caso, ya que dos éramos fotógrafos, volver a usar las máquinas.

 

Fotografiar, cuando uno se esfuerza en hacerlo bien o por lo menos pretenderlo, supone conservar imágenes que permiten rumiar con calma lo que han pretendido plasmar los artífices, lo que en la ermita se respira y lo que mueve el fervor de los devotos, a más de permitir compartir con los amigos lo que ha visto. Fotografiar es observar dos veces, facilita la contemplación