Juan Bautista, dos relatos y dos oraciones (Lc 1 5-25 y 3 2-22)

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

Nuestro colaborador, Pedrojosé Ynaraja, ha escrito este texto, muy especial, sobre la figura de Juan el Bautista. En realidad, es una composición oracional muy adecuada para celebrar una vigilia sobre el Precursor o, también para organizar un breve retiro para rezar a Dios con él. Hacemos un paréntesis en su actual serie de Vegetales y Naipes como, asimismo, ya hicimos la semana pasada. 

 

1.- RELATO SIMPLE

 

Había una vez un matrimonio que vivía en una aldea cercana a Jerusalén. El marido era sacerdote, servidor del Templo. La esposa sufría la desgracia de no haber podido tener hijos y esto, que siempre es grave, en aquel tiempo lo era mucho más. Él se llamaba Zacarías, ella Isabel. Los dos eran ya de edad avanzada.

 

En cierta ocasión, cuando Zacarías ejercía la liturgia de turno, en el interior del Santuario, fue informado por un ángel de que pronto iba a tener un hijo. Él, desconfiando, porque bueno lo era mucho pero pillo mucho más, solicitó una prueba. No entendía que si Dios deseaba que ellos tuvieran descendencia tuviera que haber esperado a que fueran viejos. Inmediatamente tuvo la señal: se volvió mudo de inmediato. La gente cuando le vio salir después de más tiempo del acostumbrado y comprobó que no podía decir ni pío, dedujo que allí dentro había ocurrido algo importante, que había tenido una visión. Y no iban errados.

 

Tal como le había dicho el ángel, su esposa Isabel quedó embarazada y un día, cuando la gestación iba avanzada, llegó a su casa una sobrina, llamada María. Venía de tierras del Norte, a ella también le había hablado un enviado del Señor, y también esperaba un hijo. La estancia en aquella casa se prolongó tres meses, justo hasta que nació el niño de la anciana. El padre, cuando siguiendo las normas que le habían dictado y ejerciendo su autoridad familiar mandó que a la criatura la llamaran Juan, recobró el habla. Entusiasmado compuso y cantó un himno de alabanza a Dios y profetizó con referencia a aquel niño.

 

Cuando la criatura dejó de serlo, en vez de aprender un oficio, como todo el mundo, y construirse una casa y matrimoniar, lo que hizo fue marchar al desierto. Qué es lo que allí paso es un enigma que nadie puede desentrañar, ya que se trata de aventuras interiores, sin puntos de referencia exactos ni en el espacio ni en el tiempo. (Al que busca la soledad le pasa lo que al gusano de seda, que su capullo es una casita y aunque se encierra arrugado y feo, cuando rompe la barrera y sale se ha convertido en una mariposa.)

 

Hecho ya un hombre maduro, dejó el desierto y se fue a la orilla del Jordán, muy cerquita de la ciudad de Jericó. Se puso a predicar a quien quería oírle y aunque su palabra no era dulce, muy al contrario, pues trataba duramente a su auditorio, especialmente a los más distinguidos, como evidentemente tenía toda la razón del mundo y por otra parte era un hombre de vida austera y comportamiento honrado, que huía del confort y de los derroches, lo que ocurría es que sentían en su interior un arrepentimiento grande y cambiaban, es decir, se convertían al Señor. Juan entonces, para significar que Dios escuchaba toda petición de perdón, los hundía en el río y salían limpios de espíritu. Esto ocurría por el dolor que habían sentido en su corazón y el testimonio público que habían dado. La gente se iba feliz y corría la voz de que pronto en el mundo habría cambios importantes, algunos hasta se atrevían a decir que tal vez Juan era el Mesías tan esperado.

 

¡Y tanto que cambió la historia humana! Un día se presentó Jesús de Nazaret, nadie dijo quién era, pero como el mirar de Juan no era superficial, vio que en el interior de aquel Hombre se escondía el misterio. Sorprendido por el encuentro, se alegró sobremanera y proclamó ante todo el auditorio que todo lo que a él le habían oído decir no había sido más que una preparación para aquel encuentro. Pero Jesús, con cordialidad no exenta de firmeza, le hizo callar, le dijo que obrara con Él como hasta entonces había hecho con los demás. A Juan esto no le cabía en la cabeza y le dijo que era imposible, que en todo caso debía ser al revés, que el pecado estaba convencido, no había ensuciado nunca su vida, que no, que no podía hacer lo que le solicitaba,. Jesús le dijo que no indagara, que le sería imposible entender lo que por otra parte a Él le era imposible explicar, que obrara como estaba mandado de lo Alto. Y Juan no se hizo el remolón, metió a Jesús en el río, cargado como iba con los pecados de los hombres y resultó que al salir resplandecía todo Él. En el Cielo Dios-Padre no pudo contener la emoción de aquel momento ¡Pero que requetebién empezaba el encargo que le había dado a su Hijo! El Espíritu concentró tanta energía en el lugar, que bajó y le empapó hasta los tuétanos, lo impregnó de Gracia, figurando como si fuese una paloma, como aquella del Diluvio que anunció un final y el inicio de un principio. Dicho de otra manera, en aquel momento imponente la divinidad de Dios se manifestó públicamente; a eso, los entendidos le llaman teofanía.

 

Juan comprendió que su misión se había cumplido y recomendó a sus más íntimos discípulos que siguieran a Jesús. Poco después lo encerraron en la cárcel, quería el rey ahogar su voz que molestaba a los poderosos. Y de una manera impía, con un estúpido pretexto, mandó decapitarlo. La orden había sido dada por el rey, que no lo odiaba; al contrario en su interior sentía por él respeto, pero su adúltera amante no tenía los mismos sentimientos, no aceptaba que públicamente se denunciara su proceder, fue ella la que se aprovechó de una comilona y del bien danzar de su hija, para conseguir que Herodes dictara la sentencia. 

 

2.- RELATO "NAIF"

 

Ya sabéis que muchos de los presbíteros orientales son hombres casados y los pastores protestantes también, lo que seguramente ignoráis es cómo acostumbra a transcurrir la infancia de sus hijos. Porque, o los dichos clérigos son unos frescos, o las pobres criaturas se lo pasan mal. Los padres quieren que sus hijos sean el sermón viviente que ellos pronunciaron el domingo. Y a los hijos de la clerecía, como a cualquier hijo de vecino, les gusta pelearse, ensuciar sus zapatos de charol en el primer charco que encuentran, o escribir en las paredes: "tonto el que lo lea..." Los padres creen que esta conducta les desacredita y en consecuencia los hijos no lo pasan demasiado bien durante su infancia.

 

He explicado todo esto para que os imaginéis qué niño más repelente debería haber salido de un matrimonio como el que os voy a describir. El padre era un sacerdote judío del Antiguo Testamento, seriote él y preocupado por el estricto cumplimiento de todas las normas de la Ley. Un día, en momentos de solemne oración litúrgica, en el interior del Santuario, Dios le habló un poco más alto y con mayor claridad de la acostumbrada, hay que advertir que era un hombre que siempre había deseado tener descendencia y no lo había conseguido y ahora, pasado el tiempo de engendrar, pachucho él y no menos su esposa, el Señor la decía que sí, que tendría un crío, que con el tiempo el niño aquel que le iba a nacer se haría hombre importante. Esto de que Dios le hablase a él, que no era ni profeta, ni el rey David, ni el juez Gedeón, no le entraba en la cabeza. El pobre hombre se puso histérico hasta tal punto que no pudo hablar con nadie y se debía expresar con muecas y aspavientos, es decir como si hubiera sido mudo toda la vida. Su esposa, que ya se ha dicho era entrada en años y estéril, puede uno imaginarse cómo se excitó cuando oyó la explicación. Lo curioso del caso es que cuando su marido le dijo como pudo que pronto se quedaría encinta, en vez de alegrarse, como era de esperar, le dio un berrinche y cuentan las malas lenguas del lugar, que después del ataque de nervios se empeñó en que no quería salir de casa "con la tripa inflada", como ella se refería a su estado de buena esperanza, no le daba la gana ser el centro de las miradas de los lugareños, no, que no era capaz de aguantar aquello, por bueno que fuera. El marido encontró una solución, se la llevó una noche a una casita que tenía junto a un huerto, a las afueras del pueblo, pensando que así al menos le daría un poco el aire.

 

Sería muy largo contar todo lo que ocurrió durante aquellos nueve meses y por ello iremos directamente al final de la historia. Teniendo unos padres así, ¿quién no iba a pensar que el hijo que naciera sería un neurótico perdido? Pues no, no fue así y ello ocurrió por tres razones que explicaré a continuación. Primero al padre le gustaba cantar y, tan pronto pudo, inventó un himno y se dedicaba a cantarlo a todo bicho viviente que se le acercase. Segundo, en este matrimonio, en la madre especialmente, reinaba la humildad, en esta casa se sabía ver y reconocer el valor de los demás y tenía un corazón agradecido. Tercera, era un matrimonio de Fe. De estas tres cosas los psiquiatras solo han sabido descubrir la primera; al método le llaman "musicoterapia" y obtienen con él buenos resultados (si un día supieran aplicar los otros dos, la mayoría de estos profesionales se quedaría en el paro)

 

Así pues, y por los motivos aducidos, el niño salió normal y creció valiente y decidido, consecuencia de ello es que no quiso ejercer en el gremio de su padre. Se fue al desierto, vivió austeramente una aventura interior y cuando se sintió con fuerzas suficientes empezó a gritar con tono exigente duro y hasta malsonante. Tan fuerte gritó y de tal manera que, desde el rey y los soldados hasta el pueblo llano, todos le escuchaban y le entendían. Su hablar no era ni simpático, ni meloso, ni diplomático. A los ricos les decía que eran una raza de víboras, cosa que en aquel tiempo sonaba como si ahora a uno le llamaran hijo de...ya se entiende, la palabra no quedaría bien ponerla aquí. Y lo curioso del caso es que nadie se atrevía a hacerle daño y cada día aumentaba el público que le iba a oír. Claro que la vida que llevaba convencía a todo el mundo: no comía ni pipas, ni bombones, ni bebía colas. Se alimentaba con lo que encontraba entre las rocas: saltamontes grandes que llenaban la tripa (yo por aquellas tierras he visto alguno de un palmo de largo, y me han explicado que se los comen tostados con un poco de sal). Y también miel silvestre, que como sabéis, es rica en hidratos de carbono y hasta proteínas dicen que tiene (aunque hay que reconocer que de todo esto el bautizador no entendía ni papa, ni falta que le hacía).

 

Sí, gritaba mucho, pero también sabía mirar profundamente y de aquí que un día entre la multitud divisó al Mesías. Le saludó cordialmente, le presentó a sus amigos y les dijo que se trataba de aquel del que tantas veces les había hablado, que ya podía cerrar la barraca, que ya había acabado su misión, que se había cumplido su ensueño, que ya había llegado el Mesías, que estaba mezclado entre la multitud, que rebosaba él de felicidad, que debían abandonarle e irse detrás del que llegaba.

 

No os he dicho por qué le llamaban bautizador, pero si os interesa encontraréis información en cualquier sitio, se entiende cualquier sitio religioso. De una manera absurda (¿hay algún asesinato que no sea absurdo?) por el capricho de una mujer envidiosa y adúltera, de su hija coqueta y perversamente desinhibida, y de un rey que era un calzonazos, murió decapitado. 

 

3.- INVOCACIÓN A JUAN BAUTISTA, PRISIONERO EN MAQUERONTE

 

Juan, no entiendo por qué hoy vengo a visitarte. No me resultas simpático y creo poder asegurarte que a nadie le caes bien. Estoy seguro de que ni tú mismo has pretendido nunca ser gracioso.

 

Eres duro contigo mismo y con los demás. Eres valiente, hasta me atrevería a tildarte de temerario, al proclamar tu mensaje. No respetas ni a la autoridad del rey Herodes, ni la libertad de Herodías para vivir con el hombre que le apetezca. Ignoras la admiración que por ti sienten tus discípulos y tienes la desfachatez de decirles que se vayan con el advenedizo que ha llegado del Norte, aunque esto pueda defraudarles.

 

No eres simpático, pero sí admirable. Asombrado contemplo que estas sólo y que sin arrimarte a nadie, caminas empujando un mundo viejo hacia un mundo nuevo, un nuevo reino, un Mesías, una salvación definitiva.

 

Y dices que hay que convertirse o si no Dios apartará a los que se creen hijos suyos y sacará hijos de Abraham de las mismas piedras. Nunca un viajante, un proselitista, tuvo un lenguaje tan impertinente, inoportuno y despectivo.

 

Tú vives con austeridad y pobreza. Yo debo consumir, comprar, vender, rendir en el trabajo. Recuerda que no vivo en un país del Tercer Mundo, estamos en la Unión Europea, es necesario que crezca el producto interior bruto (PIB, le llaman) y con tu vida no podría haber competencia, fundamento del liberalismo, ni comercio internacional, ni globalización, ni impuestos. Si los hombres viviesen como tú se hundirían las multinacionales, el libre comercio sería inútil, no habría turismo y el mundo de las finanzas caería a ras de suelo. Ya lo ves, Juan, estorbas en este mundo.

 

Tú eres exigente y hay que ser tolerante. Denuncias los compromisos rotos y hay que saber ser comprensivo. No estás de acuerdo con los abusos de poder y pareces olvidar que siempre ha habido corrupción. No te gusta la hipocresía de los que viven a costa de los demás y no entiendes que hay que respetar la libertad de cada uno. Hay que ser espontáneo y consumidor a raudales. Nada, que entre nosotros no tienes sitio.

 

Tú eres modesto y honesto, yo vivo en un mundo donde es preciso avanzar pisando, si conviene, a los demás, hay que aspirar a triunfar siempre, cueste lo que cueste, y tú eres un perdedor nato. No olvides que este mundo es para los ambiciosos.

 

Tú dices que hay que disminuir y eso es ser un reprimido, cosa que sabes está muy mal vista. Te dicen que eres grande y replicas que detrás tuyo viene otro que es muy superior a ti, y esto no lo olvides, es masoquismo. No, Juan, si te quedas con nosotros, serás siempre un hueso dislocado, un inadaptado, nadie encontrará un manicomio a tu medida.

 

Mira, Juan, te lo he dicho muchas veces, no me caes simpático, pero no por ello me decepcionas. En ti no encuentro un "manager" del Altísimo, un encargado de relaciones públicas celestiales. En ti he encontrado un santo y esto es de lo que yo, y los demás, tenemos mayor necesidad.

 

 

4- ORACIÓN A DIOS AL VER LA CABEZA DE JUAN BAUTISTA EN UNA BANDEJA DURANTE LA FIESTA DE HERODES Y HERODÍAS

 

Señor ¿todo se acabó? O ¿todo empieza a comenzar? No lo sé. No sé si Juan es el último santo de Israel o el primero de la nueva Iglesia que tu Hijo estableció al venir al mundo.

 

Tú hiciste de él un ariete, una avanzadilla, un aventurero que abriese camino a Jesús. Los caminos pasan por el desierto y de cuando en cuando se borran. Me doy cuenta ahora de que Tú quieres que yo haga lo mismo que le encomendaste a Juan. Pero yo, Señor, no valgo para cosas grandes, no tengo madera de santo, como se dice vulgarmente. Te has equivocado. A mí me han hecho para que viva tranquilamente. Quiero llevar una vida sosegada, reservada, familiar, que cada día tenga alguna pequeña novedad y que yo sea un poco generoso. Dar alguna limosna cada semana, ya me parece bien, pero sin abusar. Estoy conforme con que debo corresponder a sentimientos humanitarios de cuando en cuando como me enseñaron en el colegio.

 

La cabeza de Juan Bautista en una bandeja no me hace ninguna gracia, no es de buen gusto enseñarla, hiere nuestra sensibilidad. Es mejor que la alejes de mí, dormiré esta noche más tranquilo.

 

A Juan le elegiste, lo sabes muy bien, para que iniciara una nueva era, mejor dicho, para que preparara la entrada de un definitivo Salvador. Su labor resultó dura, difícil, otros hubieran abandonado, tal vez yo mismo entre ellos, pero él no. Tu quieres que yo haga cosas grandes, pero yo valgo muy poco.

 

A Juan le iluminaste aquel día en que al bautizar a tu Hijo y hacerse diáfana su realidad suprema, observó asombrado el misterio que en Él se encerraba. Muéstrame, Señor, de alguna manera tu rostro, dame coraje, decisión, valentía. Oh Dios, hazme bueno como Juan, que si tú no intervienes, yo logro muy poco con mis solas fuerzas y en este mundo hay mucha gente que está esperando que alguien le abra caminos de esperanza, que les alerte, que les exija, que les ayude a ir hacia Ti.

 

Juan, Señor, tuvo discípulos, que eran buenos como él, pero que se convirtieron en mejores, al hacerse discípulos de tu Hijo. ¡Ojalá alguien, algún día, aprenda de mí alguna cosa buena y si me sigue y siente admiración por mí, sepa yo acompañarlo hacia ti! Tal vez yo disminuya a su vista, quizá yo desaparezca, quizá me sienta herido, no importa, yo espero, Señor, encontrar en ti reposo, paz, alegría, vida eterna y el Adviento de esta vida me conducirá a una Navidad eterna y definitiva.