SANTA MARÍA – FINAL
Padre Pedrojosé
Ynaraja
Vienen
personas, generalmente jubiladas, en busca de documentación, para elaborar su
árbol genealógico. Se vanaglorian después de haber podido remontar sus orígenes
hasta no sé cuántos siglos.
Con motivo de
celebraciones personales, años cumplidos, o matrimoniales, bodas de plata o de
oro, se busca entre parientes y amigos la mayor cantidad de fotografías de
infancia, juventud o madurez de aquel, o aquellos, a los que se quiere
homenajear. Desde pantaloncito corto a insípidas fotos de carnet de un club
deportivo, de pasaportes o del DNI hasta las más actuales. Regalarlas y,
llegado el momento, gozarlas mirando y comparando. Así eras de pequeño, o así
el día de tu primera comunión, o esta es de cuando te graduaste, etc.
Conservar
cuadernos escolares, libros manuscritos, los apreciados “mi diario”, comparar
la letra o la firma y rúbrica de diferentes etapas de la vida personal, son
pequeños tesoros que muchos conservan.
Y la variedad
de nombres y lugares de permanencia de los antepasados, en el primer caso, el
de la búsqueda de documentos, o el peinado, el uniforme colegial, la vestimenta
de ceremonia o la exhibición de la belleza de cada una de las etapas de la
vida, de los que se quiere agasajar, verlo y recordarlos, es motivo de gran
gozo.
Creo que algo
así deberíamos tener presente y considerar respecto a las devociones a Santa
María. Tenerlo presente en la mente y considerarlo en costumbres y
conversaciones.
He gozado
rezando en el Rocío, tan diferente la imagen a la del Pilar. He llorado de
emoción cuando por TV he visto al Papa arrodillado ante la de Guadalupe, tan
diferente a la de Montserrat. Maravillosamente joven e ingenua la mexicana,
hierática y serena la catalana.
María durante su etapa histórica, cambiaría mucho su apariencia. La misma fue cuando jovencita en solitario dijo sí a Gabriel, que cuando ya adulta y rodeada de apóstoles, compañeras y discípulos, recibió también el Espíritu Santo. Era la misma, sí, pero muy diferente su aspecto.