DIFÍCIL SEMANA

 

Dos realidades totalmente diferentes.

Dos personas que, en esta semana, vivieron su pascua.

Una con más de ochenta años, la otra con unos cuarenta.

Una con más de tres años de postración, la otra con muy pocos días de internación.

Las dos dedicadas a la docencia.

Una ya jubilada desde hacía buen tiempo, la otra en plena actividad.

Una sin hijos y nunca casada, la otra con hijos adolescentes.

Una apagándose progresivamente, la otra una chipa de vida derrochando sonrisas.

Una con un desenlace esperable, la otra con un final sorpresivo.

Dos realidades diferentes.

Dos realidades igualmente golpeando porque dos seres conocidos y queridos.

Nunca se está suficientemente preparado para despedir a un ser querido.

“Para estar así que Dios se la lleve” “Para quedar mal que Dios se la lleve”

Cuando Dios decide es la hora de su pascua olvidamos el “se la lleve” y una profunda congoja se apodera de nosotros.

Es imposible evitar un sentimiento de pérdida.

Por más que uno tenga en claro que era lo mejor no se resigna a la pérdida.

Se debe tragar muy profundo para saber debe hablar de ellas en pasado.

Despedíamos a una y teníamos las noticias del agravamiento de la otra.

Una ya no se trasladaba a su silla de ruedas y la otra ya no se recuperaba de su muerte cerebral.

“¿Por qué tanto tiempo sufriendo?” “¿Por qué debía ser ella?”

No puede haber posibilidad de respuesta alguna sino que todo debe limitarse a aceptar los distintos tiempos de Dios.

Tiempos de Dios que no son los nuestros ni responden a nuestros intereses.

Tiempos de Dios que no saben de nuestra lógica ni entienden de nuestras conveniencias.

Tiempos de Dios que nos trascienden y  sobrepasan nuestra capacidad de entendimiento.

De nada vale cuestionar el actuar de Dios ya que no poseemos la totalidad de su proyecto donde cada una de ellas tenía un rol y una misión.

No es lícito cuestionar a Dios desde nuestros criterios ya que, bien lo sabemos, no somos quienes para determinar su comportamiento.

Nos gustaría pero………. no somos Él.

Solamente nos quedan algunas certezas que debemos asimilar.

La muerte es una realidad inevitable de nuestras vidas.

La muerte siempre despierta una sensación inevitable de pérdida.

La muerte llega en cualquier momento. Cuando el deterioro físico nos va diciendo de su cercanía o cuando la sorpresa nos llena de desconcierto.

No existe una razón única para morir y, por lo tanto, siempre debemos estar preparados.

Nos cuesta aceptar que por la muerte habremos de pasar a un nuevo estilo de vida.

Allí no nos moveremos dentro del aquí y el ahora sino que seremos constante presencia.

Allí no necesitamos de realidad física para estar presentes sino que siempre estaremos.

No sabemos cómo habrá de ser sino que tenemos la certeza de que ese Dios que nos obsequió la vida jamás nos la arrebatará.

Mientras tanto transitamos por la vida sabiendo habrá de tener un final y, por ello, viviendo a pleno para ser útiles.

Difícil semana con dos realidades diferentes pero con la reiteración de una física despedida.

 

Padre Martin Ponce de Leon SDB