LA
SOPA DE PIEDRA
He querido conservar el
título de un relato que no es de mi creatividad.
Me lo contaron una vez
terminada la celebración de una eucaristía y su relato me pareció actual y
elocuente como para plagiarlo en este artículo.
Apareció en un pueblo una
persona que, por su aspecto, supo llamar la atención de todos los pobladores.
Al ser un pueblo pequeño
donde todos se conocían era fácil saber que aquel hombre era un forastero.
Ello ya era motivo más que
suficiente para que cada vez más miradas se posasen sobre su figura.
Todo su aspecto demostraba
dejadez y abandono.
Su pelambre decía hacía
mucho no pasaba por una lavada o un recorte.
Su descuidada barba
mostraba algunos restos de alguna comida lejana y la ausencia del menor
cuidado.
Su ropa sucia y rota en
algunos lugares enseñaban su desaliño.
Dos grandes bolsas caían a
ambos lados de uno de sus hombros en un perfecto equilibrio.
Se acercó a una señora y le
solicitó algo pero no obtuvo respuesta ya que la señora apuró sus pasos para
alejarse de él.
Tal hecho se repitió muchas
veces hasta que se cansó de hacerlo.
Solicitaba un algo de
comida y solamente recibió negativas, silencios o pasos apurados.
Todos mantenían los ojos
fijos en aquel forastero pero nadie quiso tener algo que ver con él y su deseo
de comer.
Dejó sus bolsas en el suelo
en una esquina de un espacio vacío que hacía las veces de plaza del pueblo.
Hurgó en una de ellas y
sacó una olla muy reluciente por dentro pero llena de negrura por fuera.
También sacó un pequeño cucharón.
Con ambas cosas en su mano
se dirigió hacia una canilla donde enjuagó ambas cosas y juntó agua en la olla.
Buscó por diversos lugares
ramas finas y palitos y extrajo de una bolsa una pequeña parrilla y bajo ella
hizo arder un rápido fuego.
Mientras se calentaba el
agua dentro de la cacerola se puso a buscar por diversos lugares algunas
piedras que supo elegir con cuidado.
Cuando hubo conseguido
algunas las lavó en la canilla y las depositó dentro del agua ya humeante.
Allí se instaló a esperar.
Muchos de los que antes le miraban desde lejos se fueron acercando puesto que
no creían lo que suponían estaba haciendo.
Cuando el agua comenzó a
hervir revolvió y probó un poco.
“¿Qué está haciendo,
señor?” le preguntó uno de los curiosos. “Sopa de piedra y me ha quedado muy
rica” respondió él con total naturalidad.
Uno pidió para probar y
dijo: “Le falta sal” y salió hacia su casa en busca de ello. Otro probó y dijo:
“Le falta un algo de carne” y salió rumbo a su casa para traer un trozo.
Todos probaban y hacían
algún comentario sobre alguna ausencia en aquella sopa de piedras que por
primera vez veían.
Cuando aquel forastero se
dio cuenta estaba rodeado por todos los vecinos. “¿Ustedes,
si desean probarla, deben traer platos puesto yo tengo únicamente uno” Aquello
despertó una estampida que se hizo breve puesto todos llegaron con platos y
cucharas.
Ese día, en la plaza, el
pueblo comió una deliciosa “sopa de piedra” producto de la solidaridad de cada
uno.
Padre
Martin Ponce de León SDB