Malestar y salvación
P. Fernando Pascual
27-8-2018
Miles, millones de personas
sienten malestar. Porque hace mucho calor o mucho frío. Porque el vecino de
arriba pone la música a todo volumen. Porque un familiar no contestó un mensaje
urgente de WhatsApp. Porque una muela da señales de poca salud.
La lista de situaciones o
hechos que provocan malestar es enorme. Algunas cosas parecen poco importantes,
aunque produzcan cierta tristeza. Otras son realmente serias, y no siempre
encontramos maneras para solucionarlas.
En muchos casos, deseamos
vencer la causa del malestar, encontrar caminos para curar un dolor o superar
una situación de injusticia. Pero un muro de dificultades parece negar espacio
a la esperanza.
Surge entonces la pregunta: ¿hay
que resignarse ante ciertos hechos? ¿Hay que aprender a convivir con malestares
que se prolongan en el tiempo? Las respuestas pueden ser muchas. Desde un
estoicismo que ayude a resignarse ante lo que es visto como inevitable hasta
una actitud rebelde que luche apasionadamente por arreglar las cosas.
Constatamos, sin embargo, que
algunos fenómenos que causan malestar no tienen salida. Entre ellos, según dijo
un pensador del pasado, esos "dramas" que hasta ahora parecen ineliminables: la muerte y los impuestos...
Existe, sin embargo, una
posibilidad de salvación completa ofrecida a todos y capaz de superar hasta las
situaciones más dramáticas: la que viene de un Dios omnipotente y bueno, capaz
de curar heridas, perdonar pecados, enmendar injusticias, vencer a la muerte.
Solo si existe ese Dios
interesado por el ser humano y con poder suficiente para salvarnos del mal y de
la muerte será posible encender esperanzas y consolar a los afligidos.
En un mundo donde el malestar
domina tantos corazones, donde las lágrimas acompañan momentos puntuales o
largos de la propia vida o de la vida de seres queridos, la mirada del corazón
hacia Dios abre esperanzas y anima en la lucha.
Si, además, constatamos que
ese Dios ya ha intervenido en la historia al enviarnos a su Hijo, y si ese Hijo
asumió nuestros males para destruirlos en la Cruz y en la Resurrección,
entonces la vida tiene un sentido pleno.
Tras la venida de Cristo al
mundo no existe mal que no pueda ser curado: su salvación se ofrece a todos.
Por eso tenemos el porqué decisivo para luchar por el
bien y confiar en su victoria definitiva.