RAMÓN

 

Físicamente insignificante.

De una relativa corta estatura y un físico menudo.

Un gorro de lana colocado en su cabeza ocultaba sus cabellos entrecanos y abundantes.

Una tupida barba con abundantes canas ocupaban la totalidad de su rostro.

Un saco grande y unos vaqueros adornados con importantes manchas hacían a su vestimenta.

Se acercó hasta mí y se sentó en la punta del banco donde estaba sentado yo.

Lo saludé con la naturalidad de quien le conoce desde hace mucho tiempo cuando en realidad era la primera vez que le veía.

Me miró con cierta extrañeza puesto que no esperaba mi saludo.

Tal vez estaba acostumbrado a ser ignorado o tomado como parte del paisaje.

Ante mi saludo se desató a hablar comentando el movimiento de aquel domingo motivado por la celebración que en la Catedral se habría de desarrollar.

Creo que, en su afán de conversar, olvidó su tarea de cuidar coches puesto que se centró en su interlocutor circunstancial.

Me preguntó si podía saber la razón de su particular nariz y me explicó que durante sus años juveniles había practicado el boxeo y tenía el caballete quebrado.

Cada tanto yo le hacía alguna pregunta y él se explayaba en las respuestas.

Me contó que lo primero que hacía era juntar el dinero que necesitaba para pagar la pieza donde estaba viviendo y eso lo guardaba. El resto lo utilizaba para comprar vino y tabaco.

Te nía un sobrino que le había prometido llevarlo “para afuera” pero hasta ahora no lo había hecho. Él estaba dispuesto a irse para estar mejor que ahora ya que no le agradaba su soledad.

De vez en cuando se ponía de espaldas a mí, abría su saco y sacaba una botellita con vino y tomaba un breve trago.

Tal vez no quería me diese cuenta que estaba tomando.

En varias oportunidades le vi acostado y durmiendo sobre algún banco de la plaza. Supuse que su ingesta de vino le llevaba a tal cosa.

Me comentó había estado preso en Montevideo. No le pregunté la razón de su detención y él tampoco lo dijo.

Así fueron pasando los muchos minutos que duró aquella conversación primera donde él habló como si tuviese la necesidad de ser escuchado.

Cuando llegó la hora y debí ir al templo para la celebración un sacerdote me dijo con una media sonrisa: “Estabas de gran charla y no sabía quién era quién”

Me resultaba imposible alejar mi mente de aquel banco de la plaza donde aquel hombre había adentrado a mi vida con su mundo de pobreza, soledad y ganas de conversar.

Cuando terminó la celebración le busqué para invitarlo a comer algo pero ya no estaba.

Debo reconocer que aquel encuentro marcó mi interior.

En muchas otras oportunidades volvimos a encontrarnos. Me sentaba a tomar unos mates y él se llegaba a continuar conversando.

Al comienzo lo hacía solo pero luego invitó a otro a conversar con nosotros.

Siempre hay alguien que tiene necesidad de ser escuchado.

Siempre hay alguien que necesita se le brinde un algo de tiempo para compartir la vida y matizar la soledad.

Cuando, tiempo después, comenzamos en la parroquia una actividad a él fue el primero que fui a buscar. Ya no estaba y nunca más le he visto.

Ramón me abrió las puertas a un mundo que no conocía y nunca conoceré verdaderamente puesto que colmado de realidades muy diversas que me han enseñado y ayudado a no estar encerrado en mí mismo.

 

Padre Martin Ponce de Leon SDB