SACRAMENTO
DEL AMOR
En diversas oportunidades
me he referido al tema pero, entiendo, vale la pena insistir en él.
Muchas veces, quizás por
una formación más que por una concepción, uno escucha hablar de la cruz de
Jesús.
Como la situación adversa
que se debe enfrentar.
Como el momento difícil por
el que se pasa.
Siempre como momentos
puntuales cargados de dificultad o malos momentos.
“Es la cruz que nos toca
vivir y hay que aceptarla” puede ser la frase que acompañe tales situaciones.
Ello implica ver a la cruz
de Jesús como instrumento de dolor o de sufrimiento.
Sin duda que así lo fue
pero resumirla a ello es quitarle lo más importante que la cruz de Jesús posee.
Es, sin dudarlo, un
sacramento del amor de Jesús y, por medio de él, sacramento del amor de Dios
por los hombres.
Es el lugar donde Jesús nos
muestra, sin ningún tipo de duda, cuánto y cómo nos ama.
Por ello debemos asociar,
permanentemente, la cruz al amor que se brinda.
Por ello es que se nos
invita a “cargar la cruz cada día” y no en los momentos que aparece en nuestra
vida.
La cruz debe ser una
realidad de amor que se vive diariamente.
La cruz dice de nuestra
realidad de cristianos que no es otra cosa que un prolongado intento en el que
debemos gastar nuestra vida.
Ser cristiano no es otra
cosa que vivir desde Jesús lo que Jesús y como lo de Jesús.
Es el intento cotidiano de
prolongarlo en lo que nos toca y con quien nos toca vivir.
Allí debemos poner lo mejor
de nosotros y renunciar a lo nuestro para dar lugar a lo de Jesús según nos lo
muestran los relatos evangélicos.
Es intentarlo desde un
constante acto de amor.
Vivir la cruz
cotidianamente es empeñarnos en hacer vida lo que Jesús nos muestra como forma
de vivir la voluntad del Padre.
Todo lo de Jesús dice de amor
y nos invita a intentarlo con lo que somos.
No somos Jesús y, por lo
tanto, jamás podremos decir que hemos llegado.
Siempre tendremos algo más
para empeñarnos y algo mejor que brindar.
Vivir la cruz de cada día
es vivir con amor y brindar lo que somos con amor.
En oportunidades deberemos
realizar un empeño importante y, en oportunidades, simplemente poner en acto
algo de lo que somos.
Cada uno de nosotros posee
una identidad desde la que debe vivir a Jesús sin perder la misma desde todos
los intentos.
Conozco personas que nos
hacen descubrir la riqueza de los dones de Dios para con cada uno y nos hacen
saber que es posible ese intento cotidiano por vivir a Jesús.
Nos lo muestran desde cosas
sencillas que brindan y que, tal vez, para nosotros resulten de un empeño
importante para lograr.
Dios quiere que nuestra
cruz de cada día no sea otra cosa que un instrumento que nos ayude a nuestra
realización personal porque reafirmando nuestra identidad.
No debemos, para vivir
nuestra cruz de cada día, imitar a nadie sino ser nosotros mismos empeñados en
vivir lo de Jesús.
Es, sin duda, un prolongado
acto de amor y para ello nada mejor que animarnos a identificarnos con la cruz
que no es otra cosa que el gran sacramento del amor de Jesús y Dios
brindándonos a los demás.
Padre Martin Ponce de Leon SDB