MARÍA DE NAZARET

La reunión avanzaba por carriles normales.

Cada quien daba su opinión con total libertad.

No me resultaban algunas afirmaciones pero debía escucharlas. No era un espacio para polemizar o discutir.

Se hablaba de una María que no tenía mucho que ver con lo que pienso de ella.

Una María que era el fruto, sin duda, de años de devoción hacia ella.

Una mujer que estaba muy alejada de lo que nos presentan los relatos evangélicos y de lo que debe haber sido la realidad de aquella humilde mujer de Nazaret.

Una mujer que lo tenía todo claro y por lo tanto por sobre las condiciones lógicas de cualquier ser humano.

En el contexto del “Dios hecho hombre” es casi imposible aceptar que Dios le hubiese quitado humanidad a la madre de Jesús, su Hijo.

Dios, en Jesús, asume nuestra condición humana y, por lo tanto, se madre debe de haber estado muy consustanciada con la humanidad.

Nada más gratificante para ensalzar la figura de María que el poder verla dentro de un contexto intensamente humano.

Los relatos evangélicos no son un tratado de “mariología” sino que están centrados en la persona de su hijo y, por lo tanto, no encontramos muchas fuentes para conocer de ella.

Los pocos relatos que hacen referencia a María no la tienen como personaje central sino dentro de un contexto donde el personaje es Jesús.

Para ella no debe de haber resultado fácil asumir los últimos tiempos de su hijo.

Era el sostén de su familia (no olvidemos que José ya había fallecido y todo recaía en el primogénito) y la abandona para dedicarse a predicar seguido de un grupo de discípulos.

Cuando Jesús visita Nazaret no puede hacer allí muchos signos puesto que sus familiares y conocidos creían que había enloquecido.

Por otra parte era bien sabido el destino que esperaba a muchos que se animaban a intentar revertir el sistema imperante.

No debe de haber sido nada fácil para María aceptar y comprender el rumbo tomado por su hijo.

Va a pasar tiempo antes que ella decida sumarse a los seguidores de Jesús.

En diversas oportunidades nos la han mostrado “al pie de la cruz” y nada más lejos de la literalidad de tal expresión.

La ejecución era un acto militar llevado a la práctica por los dominadores y, por ello, nada más lejos que una mezcla de los verdugos con los seguidores de los ajusticiados.

Mucho menos podemos suponer la presencia de mujeres en la cercanía física de la cruz.

María, como mujer y madre, debe de haber permanecido a una prudente distancia de su hijo crucificado.

María no sabía que su hijo habría de resucitar como tampoco lo sabía él.

De haberlo sabido su muerte habría sido un simple trámite y nada tuvo de tal cosa.

Murió y en una cruz. El más terrible de los tormentos por los que se hacía pasar a un paria social.

María no está liberada del dolor que implica el ver morir a su hijo en aquella circunstancia trágica y terrible.

“Una madre nunca está preparada para despedir a un hijo” y como cualquier madre debe de haber vivido aquella instancia con dolor intenso.

No la despojemos de humanidad puesto que le estaremos alejando de todo lo que le hace particularmente grande.

Vivió dudas, desconcierto, incertidumbre y dolor con una profunda fe en Dios para mostrarnos que ello es posible.

 

Padre Martin Ponce de Leon, SDB