Campañas, ética y antropología
P. Fernando Pascual
22-9-2018
Hay campañas sobre muchos
temas y a diversos niveles: desde la campaña en una familia para ahorrar
electricidad, hasta las campañas mundiales para reducir el consumo de tabaco.
Detrás de cada campaña hay dos
elementos fundamentales. El primero: suponer que la meta propuesta ayudará a
conseguir mejoras. El segundo: solo se alcanzará tal meta si muchos (ojalá
todos los implicados) se suman a la campaña.
El primero de esos elementos
se construye desde una visión de la existencia humana en la que se contraponen
males y bienes, a niveles diferentes y según valoraciones mejor o peor
justificadas.
Lo que es considerado como
malo (gastar mucho dinero en electricidad, tener un elevado riesgo de cáncer,
en los dos ejemplos dados al inicio) debe ser erradicado, en vistas a conseguir
lo propuesto como bien (ahorrar, disminuir el número de enfermos de cáncer).
Ya en este nivel pueden surgir
problemas y discusiones. ¿Estamos seguros de que lo considerado como malo lo
sea realmente, y lo que exaltamos como bueno sea lo correcto? En algunos casos
la respuesta parece obvia, mientras que en otros no lo es tanto.
Pensemos, por ejemplo, en una
campaña orientada a plantar pinos en una determinada región geográfica. ¿De
verdad esos pinos son los árboles más adecuados y seguros para esa zona, los
que producirán beneficios para el territorio y para el ambiente en general?
Si ponemos la mirada en el
segundo nivel (alcanzar una meta depende del número y calidad de adhesiones a
la misma), salta a la vista la importancia de la libertad humana, llena de
incógnitas y no siempre abierta a campañas y propuestas ajenas.
Profundizar en estos aspectos
evidencia la importancia de elaborar una correcta base ética para distinguir adecuadamente
entre lo bueno y lo malo; y de una antropología que ayude a comprender esa
dimensión tan rica y tan enigmática que llamamos con una expresión necesitada
siempre de nuevos estudios: la libertad humana.