UN
LIBRO PARA ESCUCHAR
Solemos tratar a la Biblia
como si fuese un libro cuando en realidad es un conjunto de libros conjuntados
en un mismo volumen.
Solemos dividir a la Biblia
en dos grandes núcleos. El antiguo y el nuevo testamento.
Pero esto que solemos hacer
no dice mucho de su realidad original.
Pensemos en aquellos
tiempos donde los libros se encontraban escritos en rollos.
Sería imposible imaginarnos
un rollo con todo el contenido de la Biblia.
Pensemos en los diversos
tiempos en los que se van escribiendo los diversos libros que, hoy, componen la
Biblia.
Sería imposible pretender
encontrar una unicidad de autor con tantos tiempos diversos.
La Biblia tiene como razón
el hacernos conocer la acción de Dios a través de la experiencia religiosa de
un pueblo.
Un pueblo que, de Jesús en
adelante, se hace nuevo.
Los diferentes libros que
hacen a la Biblia fueron escritos para ser escritos y leídos por unas muy pocas
personas y escuchados por todos.
En sus comienzos la Biblia era
un conjunto de libros para escuchar.
Los autores de los diversos
libros de la Biblia no perseguían la fidelidad
histórica para ser escrita sino que usaban los hechos históricos para manifestar
la experiencia de Dios del pueblo en sus diversos momentos.
Por ello no dudan en
modificar o interpretar la historia puesto que no es un libro de historia tal
cual como lo entendemos hoy.
A esos rollos muy pocos
podían tener acceso ya que no eran de muy fácil divulgación pero, aparte de
esto, eran muy pocos los que tenían el privilegio de saber leer.
Los que sabían leer tenían
la privilegiada tarea de hacerlo para con los demás en muy reiteradas
oportunidades.
Esto hacía que se
conocieran, casi literalmente, de memoria muchos de aquellos textos que con
atención se escuchaban.
Era lo que hoy conocemos y
denominamos como la tradición oral del pueblo.
Los lectores realizaban su
servicio al pueblo y éste, dependiendo de su capacidad, asimilaba diversos
textos.
Cuando se lee un texto la
repercusión en los lectores puede resultar muy variada puesto que dependerá de
la situación de cada uno de los oyentes.
Un mismo texto en diversas circunstancias
podía motivar ecos diversos en el interior del oyente cada vez que escuchaba
aquel texto.
Este impacto era asumido
como lo que Dios le estaba diciendo y ello daba riqueza a los textos leídos.
Dios le hablaba, de esta
forma, directamente al corazón de su
pueblo.
Era, sin dudarlo, palabra
viva de Dios.
Hoy, gracias a Dios,
podemos tener acceso a la Biblia y poderla leer.
Esto tiene la contra de
hacer de la Biblia un algo para leer y no para escuchar y no deberíamos perder
aquella originalidad inicial.
Debemos animarnos a leer
para escuchar a Dios que me habla desde aquellos textos.
No deberíamos ocuparnos
tanto por interesarnos por lo que dice sino por lo que me dice puesto que Dios
continúa hablando desde sus renglones.
Desde cada uno de esos
renglones debemos llegar a lo que Dios nos dice más que a interesarnos por lo
que el texto dice.
Metáforas, parábolas y
géneros literarios abundan en los textos que hacen a la Biblia y no podemos
quedarnos en ello sino que debemos saber intentar llegar a la verdad de Dios
que, desde allí, se nos enseña.
Por todo esto es que la
Biblia es un conjunto de libros para ser escuchados y en nuestro interior se
despierte una respuesta ante la verdad de Dios.
Padre
Martin Ponce de Leon SDB