Entre la ética y la verdad
P. Fernando Pascual
19-10-2018
Continuamente escuchamos a
personas que critican a otros por su falta de coherencia, por su falsedad, por
mantener una doble vida.
Esas personas, muchas veces,
no solo critican la falta de coherencia de otros, sino que consideran mentira
lo defendido por actúan incoherentemente.
Un político defiende un
determinado sistema de pensiones. Poco tiempo después se descubre que ha
mentido y copiado en su tesis doctoral.
Un economista avisa de los
peligros del aumento de impuestos. Luego se viene a saber que recibe
ilegalmente dinero de un importante banco.
Un filósofo denuncia la
inmoralidad de sus conciudadanos. Varias semanas después la prensa divulga sus
continuas infidelidades a la propia esposa.
La lista podría ser mucho más
larga. Muestra dos ideas de gran importancia. La primera: que todavía creemos
que hay acciones que son malas, sea quien sea el que las realice.
En otras palabras, y a pesar
de no pocas teorías que defienden que sea imposible proponer una ética válida,
los seres humanos estamos convencidos de que hay una diferencia radical entre
acciones humanas buenas y malas.
La segunda idea es más
compleja, incluso discutible, pero tiene su interés: suponer que lo defendido
por una persona incoherente y falsa sería igualmente falso y carente de valor.
Esta segunda idea se construye
sobre la suposición de que lo que uno piensa, si es realmente válido, debería
estar sostenido por una vida éticamente correcta.
En realidad, uno puede estar
convencido de algo verdadero pero luego vivir injustamente, o incluso actuar en
contra de lo que dice estar convencido, sin que por ello la convicción de esa
persona se convierta automáticamente en algo falso.
Pensemos en el caso típico de
un médico que repite una y otra vez a sus pacientes y amigos que el tabaco hace
daño y que es algo inmoral fumar cigarrillos, y luego, al volver a casa, fuma
como una locomotora...
El hecho de que tal médico
fume no implica que sea falso que el tabaco sea dañino. Como tampoco el hecho
de que un día se descubra que es un mentiroso compulsivo un político que muchas
veces ha defendido en público la honestidad, no permite concluir que la
honestidad sea algo impracticable...
En el fondo de este tipo de
fenómenos, brillan con especial intensidad dos anhelos humanos insuprimibles: el amor hacia el bien y hacia la verdad, y
el deseo de encontrar personas concretas capaces de encarnar sanos principios
éticos que sirvan de ejemplo para otros.
Esos dos anhelos muestran, a
pesar de las diferentes crisis que suelen sacudir a
los principios éticos de los pueblos, que lo bueno no deja de serlo porque
alguien viva incoherentemente, y que la verdad pervive a pesar de que algunas
personas no sean capaces de reflejarla en sus comportamientos.