No basta la conciencia
P. Fernando Pascual
13-10-2018
Según algunos estudiosos, uno
de los aspectos típicos de la filosofía moderna consiste en exaltar la
conciencia subjetiva y dejar a un lado la importancia de las cosas reales a la
hora de pensar y de orientar la propia existencia.
No todos estarán de acuerdo
con tal análisis, en parte porque la noción de filosofía moderna incluye dentro
de sí corrientes diferentes; en parte porque también hay quienes han mantenido
siempre el interés por la realidad.
Más allá de esta valoración,
es oportuno responder a la pregunta: ¿vale algo porque uno lo supone como
verdadero? En otras palabras, ¿tiene sentido admitir que la conciencia es el
último criterio a la hora de pensar y actuar?
Espontáneamente la respuesta es
negativa. Si, por ejemplo, uno está convencido en su conciencia de que hay una
salida en la parte de atrás de la casa, no la encontrará si tal salida no
existe...
Pero junto a la respuesta
negativa, no podemos negar que si uno, en su interior, no reconoce algo como
verdadero, no podrá cambiar de parecer hasta que desde ese mismo interior
descubra que estaba equivocado y que la verdad se encontraba en una afirmación
diferente.
Decir lo anterior no significa
suponer que la conciencia sea la norma de todas las cosas, según un modo de
pensar que ya existía entre los griegos, por ejemplo, en Protágoras.
Lo que significa es reconocer
que una verdad no ilumina la mente de una persona hasta que esa persona no
llegue a descubrirla, no la acoja en su mente, en su corazón, en su conciencia.
Uno de los dramas de todos los
siglos, también del nuestro, es la experiencia continua de engaños, sea por dar
como verdaderas supuestas informaciones que apartan de la realidad, sea por
llegar a conclusiones sin evidencia y en contra de los hechos.
De ahí la necesidad de una
continua disciplina interior para reconocer que no basta la conciencia
subjetiva, sino que necesitamos aprender a distinguir entre lo que es más
evidente, lo que tiene más probabilidades de verdad, lo dudoso, y lo
seguramente falso.
No siempre acertaremos. Los
errores son algo tan frecuente en la vida como los impuestos. Pero al menos
evitaremos escollos dañinos y podremos tener mayores posibilidades de acoger
cualquier verdad, venga de donde venga y sea dicha por quien sea dicha.