Odios sin fundamento

P. Fernando Pascual

26-10-2018

 

Uno de los fenómenos humanos más dolorosos consiste en la aparición de odios que tienen "fundamentos" equivocados e injustos.

 

Por ejemplo, cuando se odia a todos los ciudadanos de un país de modo indiscriminado por los delitos cometidos por algunos ciudadanos de ese mismo país.

 

O cuando se desprecia a toda la familia de un delincuente cuando el mal fue realizado solo por el culpable, no por sus allegados.

 

O cuando se anatematiza a todo un grupo religioso por los errores e injusticias cometidos por algún miembro de ese grupo.

 

O cuando se insulta de corruptos a todos los miembros de un partido político porque hay miembros en ese partido que son acusados de corrupción, cuando es más que posible que otros sean honestos y justos.

 

La lista podría ser mucho más larga, pero esos y otros muchos casos muestran la irracionalidad de ciertos odios que se convierten en condenas sumarias e incluso en agresiones contra inocentes.

 

Desde luego, también el odio "justificado" hacia quien sí es culpable puede ser maligno y provocar daños desproporcionados. Pero el odio contra quien nada ha hecho es tan peligroso que ha llevado, a lo largo de la historia, a masacres absurdas y a lágrimas de víctimas que nada tenían que ver con los delitos de otros.

 

Ante tantos odios sin fundamento, y también ante odios excesivos, hace falta una dosis decidida de sentido común, de apertura de mente, y de amor sincero a la justicia, para condenar cualquier agresión sobre inocentes y para curar a quienes incurren en odios dañinos.

 

La historia humana está llena de miles de páginas oscuras que surgen de odios irracionales y malignos. Frente al dolor de las víctimas, y frente a la necesidad de justicia, vale la pena emprender con seriedad compromisos eficaces para marginar esos odios, para promover mentes y corazones que sepan respetar a los inocentes, y para buscar caminos que lleven a castigos adecuados para los culpables (y solo para ellos).