El gran don de la memoria
P. Fernando Pascual
2-11-2018
Con la memoria aprendemos. Con
lo aprendido actuamos. Así vivimos unidos a muchas personas mientras ponemos en
práctica mil tareas cotidianas.
Es un don inmenso la memoria.
Tan grande, que desde ella recordamos nombres, fechas, lugares, claves, páginas
de Internet.
La tecnología moderna consigue
producir aparatos mucho más precisos y más rápidos que la frágil memoria
humana. Pero incluso esos datos tienen sentido si son aceptados o rechazados
desde mentes humanas que los recuerdan o los olvidan.
San Agustín, en sus
"Confesiones", constataba los misterios de esta dimensión humana, que
también sufre por los límites (cuando no recordamos algo que nos interesa), y
que se alegra por sus éxitos.
La memoria nos permite hablar
uno o varios idiomas, comprender lo que nos dicen, manifestar a otros lo que
pensamos y queremos. Ya esa simple dimensión comunicativa es motivo de
admiración y gratitud.
En la memoria quedan recuerdos
del pasado. Algunos intensos: podemos evocarlos casi como los vivimos en su
momento, o incluso con emociones añadidas con el paso del tiempo.
Otros recuerdos quedan
ensombrecidos, como sepultados por hechos más recientes que acaparan nuestra
atención y que "ocupan", según la metáfora de san Agustín, más
"espacio" en nuestro interior.
Entre esos recuerdos están los
de aquellos seres gracias a los cuales existimos. Padres, abuelos, bisabuelos:
atrás y atrás, en las generaciones, la memoria llega hasta fronteras más o
menos definidas.
Uno de esos seres, el más
importante, el más amoroso, el más creativo, es Dios. Porque también la memoria
puede mantener vivo en nuestro corazón el dato que explica y justifica toda
nuestra existencia humana: de Dios venimos y hacia Dios vamos.
Sí: la memoria es un gran don.
Podemos usarla para correr hacia el bien que tanto necesitamos, para llamar a
un amigo necesitado, para agradecer los beneficios recibidos de un familiar,
para llegar a tiempo a la cita de esta tarde.
Con la memoria seguimos en
camino. Porque también ella nos permite mirar hacia adelante, apoyados en lo
que el pasado ha dejado en nuestros corazones, y con la esperanza de que el
triunfo definitivo está en manos de un Dios bueno, justo y misericordioso.