Riesgos dañinos
P. Fernando Pascual
16-11-2018
Un niño sabe que su madre no
quiere que toque la plancha. Un día lo intenta. Se quema los dedos.
Un conductor ha visto las
señales de que el asfalto es resbaloso. Tiene ruedas nuevas y quiere probarlas
con más velocidad. Se estrella contra un muro.
Un ingeniero sabe que aquel
material puede ceder fácilmente si llegan inundaciones. Decide seguir adelante
con las obras. Una lluvia torrencial provoca el hundimiento de la casa.
Las personas asumen riesgos
por diversos motivos. Un niño, por curiosidad. Un adolescente, por el deseo de
transgredir los límites. Un adulto, por una extraña pereza.
Cuando llegan daños graves,
salta a la vista que lanzarse a aquel riesgo era peligroso, incluso dañino, tanto
para uno mismo como para otros.
Es cierto que asumir ciertos
riesgos es no solo oportuno, sino necesario. Lo saben muy bien muchos médicos
que trabajan en hospitales cuando hay epidemias especialmente contagiosas...
Pero también es cierto que
otros riesgos no son ni necesarios, ni oportunos, ni justos. En esos casos,
arriesgarse como señal de autoafirmación o para buscar ventajas rápidas implica
adoptar un comportamiento equivocado y contrario a la sana ética.
En un mundo donde miles de
accidentes y daños podrían evitarse con menos rebeldía, con menos ambiciones, y
con menos caprichos, vale la pena esforzarse por vivir esa prudencia que nos
aparta de riesgos dañinos y que promueve la seguridad y la concordia.
Quizá para alguno una vida así
sería menos "emocionante". Pero para muchos otros, también para
aquellos que aman a los "arriesgados", es hermoso dejar a un lado
deseos de ir contra reglas y límites para asumir comportamientos seguros, que
evitan daños innecesarios y permiten una vida más serena y con más posibilidades
de hacer el bien a los demás.