Reflexionar y decidir
P. Fernando Pascual
10-11-2018
Antes de decisiones de mayor o
menor importancia necesitamos tiempo para reflexionar los medios que llevan a
una meta y sobre sus ventajas y desventajas.
Un ejemplo entre miles: cierto
dolor de muelas suscita la sospecha de que hay que ir al dentista para revisión
y para eventuales tratamientos.
La meta es sencilla: asegurar
el estado de los dientes, superar el dolor, arreglar lo que esté dañado. Lo que
no está tan claro es a quién acudir, cuánto costará, cómo encontrar el tiempo
necesario para la curación.
Muchas veces tenemos claridad
sobre los fines: prevenir enfermedades, arreglar las tuberías de la casa,
cambiar las lámparas, ir de vacaciones a una región que facilite un descanso
merecido.
Los medios, en cambio, no son
tan claros. Las preguntas sobre las mejores maneras para lograr cada meta
surgen con mayor o menor conciencia.
¿Cuál será la mejor manera de
lograr esto? ¿Contaré con dinero y energías? ¿Cuánto tiempo será necesario?
¿Qué resultados se producirán? ¿Y si las cosas salen mal?
Lo que vale para las
decisiones personales o familiares, vale para temas más complejos, como los que
se refieren a la mejor manera de organizar un sistema sanitario regional o una
mayor eficiencia para prevenir robos y fraudes.
Antes de las decisiones, el
momento para reflexionar resulta clave. Sabemos, por experiencia, cuánto daño
podemos provocar con una decisión tomada sin la suficiente reflexión previa. Al
revés, da mucha alegría reconocer que logramos una buena decisión gracias a lo
analizado previamente.
También es verdad que las
reflexiones más atentas y los consejos de personas bien preparadas no son
suficientes para evitar que una decisión al final resulte más dañina que
beneficiosa, por los muchos factores que se mezclan continuamente en la
existencia humana.
Pero el riesgo de que una
decisión no produzca los resultados esperados no quita la sabiduría prudencial
que nos invita continuamente a pensar y reflexionar con calma y con apertura de
mente para que las decisiones tengan garantías de estar bien orientadas.
Luego, la vida tendrá sus
sorpresas (gracias a Dios, algunas también agradables). Habrá que acogerlas
serenamente, y seguir en este camino que deseamos nos acerque, poco a poco, al
bien, a la verdad, a la justicia, y que culmine, tras la muerte, con el ingreso
en el cielo donde nos espera un Dios bueno y misericordioso.