Darse cuenta
P. Fernando Pascual
8-12-2018
Nos damos cuenta de muchas
cosas: de que el viento es más fresco, de que el chofer del autobús conduce con
prudencia, de que alguien nos está mirando en el metro, de que a final de mes
habrá problemas con los pagos...
De otras cosas, en cambio,
apenas nos damos cuenta. No vimos a un ciego que necesitaba ayuda para cruzar
la calle. No intuimos, detrás del último mensaje de un amigo, que estaba con
problemas y quería desahogarse.
¿Cuándo y por qué nos damos
cuenta de algo? A veces, porque una persona, un objeto, un hecho, tienen una
fuerza especial: es muy difícil no darse cuenta de que ha estallado una rueda
cerca de donde caminamos.
Otras veces nos damos cuenta
de lo que ocurre a nuestro alrededor porque tenemos una sensibilidad atenta,
especialmente si en nuestros corazones hay cariño verdadero hacia los demás.
En cambio, no nos damos cuenta
de tantas cosas cuando estamos muy metidos en nuestros asuntos, cuando la
pantalla del móvil parece nuestro único horizonte, cuando las prisas nos
impiden percibir las necesidades de otros.
Frente a sociedades llenas de
gente y carentes, en muchos casos, de atenciones y cariño, hace falta preparar
el corazón para darnos cuenta de tantas cosas que valen la pena y en las que
podemos prestar ayuda.
Si vemos nuestros asuntos como
lo que son: necesidades provisionales o importantes entre otras necesidades que
aparecen continuamente a nuestro lado, estaremos menos apegados a los propios
intereses y más disponibles para las urgencias de las que nos demos cuenta.
No siempre podremos ayudar a
todos. Límites de tiempo, de fuerzas, de medios, imposibilitan muchas acciones
que serían de alivio para otros. Pero sí podremos dar la mano, escuchar, rezar,
por quienes piden poco y agradecen cualquier gesto de atención.
Darse cuenta es propio de
corazones grandes y desprendidos, que perciben continuamente las necesidades de
otros, y que saben compartir lo que han recibido de un Dios que es nuestro
Padre, y que nos pide dar gratis lo que gratis hemos recibido... (cf. Mt
10,8).