Peones inocentes de líderes
desalmados
P. Fernando Pascual
24-11-2018
Se podrían poner muchos
ejemplos, si bien luego habría que realizar matizaciones sobre culpas y
disculpas. Pero sin ejemplos, el hecho se ha dado y se da: el uso de miles de
personas como peones en la lucha entre líderes agresivos.
A lo largo de la historia,
numerosas guerras iniciaron desde una serie de tensiones entre las autoridades
de dos o más países. En un determinado momento, reyes o presidentes, o
parlamentos o jefes con poder, lanzaron a la lucha a sus soldados.
Esos soldados, muchos de ellos
ajenos a las causas del conflicto, se convierten en peones movidos en un
tablero por líderes desalmados. Usándolos, esos líderes buscan mejores
posiciones y triunfos militares con los que presionar o incluso aplastar al
adversario.
El resultado de las batallas y
la muerte de miles de hombres con uniforme y de miles de civiles desarmados,
permiten que unos se declaren vencedores e impongan sus pretensiones a quienes
se convierten en derrotados.
Llega entonces el momento del
acuerdo de paz, o de la rendición, o de otros resultados, muchas veces
injustos, otras incapaces de satisfacer las pretensiones de unos u otros.
Pero el desenlace final está
teñido de sangre. Uno se pregunta si los responsables de las naciones no
habrían podido discutir antes de llegar a las armas, para buscar juntos caminos
con los que resolver las diferencias en el máximo respeto de la justicia.
La historia, por desgracia,
muestra cuántas veces los dirigentes de un bando (o de dos o más bandos)
prefirieron la violencia. El problema está en que esos dirigentes no están en
primera línea, ni mueren en las trincheras, ni reciben bombas de los enemigos,
ni valoran suficientemente el llanto de las viudas y los huérfanos.
Con dolor constatamos cómo
tantas veces habría sido muy fácil evitar el uso de flechas, cañones o misiles.
Hubiera bastado poco para un acuerdo, más o menos perfecto, susceptible de
mejoras y siempre benéfico por ahorrar el derramamiento de tanta sangre.
Cada aniversario del final de
un conflicto nos hace preguntarnos qué se pudo haber hecho para evitar la
tragedia de la guerra. Al mismo tiempo, pone ante nuestros ojos el sufrimiento
de miles de peones inocentes que fueron usados en el tablero de la historia por
poderosos que no veían más que mapas y estadísticas.
A esos hombres y mujeres,
algunos enterrados en fosas comunes, sin listas, sin homenajes, sin justicia en
la tierra, deseamos al menos el encuentro con la justicia del cielo y con una
misericordia que acoge a los pecadores arrepentidos y que tanto necesitamos en
nuestro tiempo para evitar tragedias como las del pasado.