El veneno de la división
P. Fernando Pascual
28-12-2018
Unos esposos discuten. Temas
tratados una y otra vez, palabras fuertes, enojos. Al final del día, entre sus
corazones ha aumentado la separación hasta niveles nunca antes alcanzados.
Un barrio organiza sus
festividades anuales. No hay acuerdo sobre los eventos, ni sobre el recorrido
de una caravana, ni sobre el grupo musical que podría ser invitado. Al final,
el barrio termina con una división insoportable.
Unas elecciones se celebran en
medio de una especial crisis económica. Los ánimos, calientes, se reflejan en
la oficina, en el taller, en el bar, en los hogares. Tras los resultados,
discusiones y discusiones sin fin.
El veneno de la división entra
de muchas maneras, por muchas causas, en muchos ámbitos. No siempre reviste la
misma gravedad, pues hay divisiones sobre temas menores y con repercusiones
mínimas. Pero casi siempre las divisiones provocan heridas.
La pregunta surge natural:
¿cuál fue la causa de esta división? ¿Se trataba de un argumento que la
"merecía"? ¿Puede superarse? ¿Ha dejado daños en los corazones?
No es fácil responder, pero
vale la pena buscar causas y condiciones que han llevado a esta o a aquella
división, para afrontarlas en sus raíces.
Unas causas surgen desde la complejidad
de ciertos temas. Otras, desde las maneras diferentes de pensar y de sentir.
Otras, simplemente desde malentendidos mezclados con esa continua tendencia
humana que incita a imponerse sobre los demás.
Desde la búsqueda de las
causas puede pensarse en las soluciones, sea a nivel preventivo (vacunas o
antídotos, si fuera posible aplicarlos a los corazones), sea a nivel curativo,
cuando los gritos han herido las relaciones entre seres humanos.
El veneno de las divisiones ha
penetrado en la existencia humana desde sus orígenes, y sigue hoy presente
entre nosotros. Todo lo bueno que hagamos para evitar sus daños, para curar sus
efectos, será bienvenido.
Porque, por muchas y graves
que sean las divisiones, todos los seres humanos compartimos un mismo origen en
el amor de Dios, y estamos llamados a un encuentro, definitivo, con ese Dios
Amor.
Tal vez recordar nuestro
inicio y nuestra meta sea un buen antídoto para muchas divisiones y, sobre
todo, sirva como estímulo para promover esa unidad y armonía que tanto
embellecen las vidas de las personas y de los pueblos.