Un momento para evaluar la
propia vida
P. Fernando Pascual
20-1-2019
Un joven analiza la
trayectoria de su vida. Decisiones buenas y malas. Encuentros maravillosos y
conflictos amargos. Cariño y desprecio. Enfermedades y deportes. Estudios y, con
más o menos fortuna, el inicio de un trabajo.
Una persona alrededor de los
40 años. La trayectoria del pasado ha dejado huellas más profundas. Hay lazos,
quizá cadenas, que la unen de modo fijo a familiares y a una profesión que
podría parecer definitiva.
Alguien que se acerca a la
jubilación. La biografía ha quedado bastante definida. Hubo aciertos, hubo
errores. El futuro cierra espacios a esperanzas y entusiasmos propios de una
vida joven.
Un anciano que constata el
aumento de sus limitaciones. Tiene más tiempo para evaluar la propia vida, con
todo lo que hubo de bueno y de malo. Percibe que, a pesar del cansancio,
todavía existen oportunidades abiertas a opciones nuevas.
Sea cual sea la edad de cada
uno, tener un momento dedicado a evaluar el pasado sirve de ayuda para tocar
nuestro corazón y preguntarnos: ¿estoy satisfecho y feliz por lo que ha sido,
hasta ahora, mi propio itinerario?
Algunos, en esa mirada,
sienten un cierto peso en su alma. No están contentos por su propia historia.
Sufren por decisiones equivocadas de uno mismo o de otros. Lamentan no haberse
abierto más al bien y al amor.
Otros, con alegría, constatan
que la trayectoria ha sido hermosa. Hubo, es algo casi inevitable, momentos
difíciles, pero con la ayuda de Dios y de amigos buenos fue posible salir
adelante. Sobre todo, se percibe que las fuerzas fueron invertidas para cosas
que realmente valían la pena.
Es bueno encontrar momentos
para evaluarnos. No con una actitud pesimista, como si ya no hubiera nada que
hacer, sino con apertura a las posibilidades abiertas en el presente y hacia el
futuro.
No podemos modificar el
pasado. Queda ahí, fijo, con sus luces y sus sombras. Pero podemos mejorar las
decisiones del presente, si miramos a Dios, si escuchamos su Palabra, si nos
dejamos acompañar por buenos amigos.
Entonces descubriremos que el
Padre nos invita a un camino de conversión que rompe con pecados antiguos y que
impulsa a vivir del modo más hermoso, que consiste en dejarse amar y en amar
sin medida.