Una paciencia por conquistar
P. Fernando Pascual
1-2-2019
La prisa surge a causa del
activismo, o del deseo de mejorar rápidamente las cosas, o simplemente por una
extraña inquietud ante lo que nos desagrada.
Esa prisa, unida a otros
factores, nos lleva a la impaciencia. Impaciencia hacia cosas exteriores
(clima, aparatos que no funcionan como desearíamos) y hacia personas.
La impaciencia hacia personas
provoca, en ocasiones, momentos de rabia, palabras ofensivas, críticas a
quienes uno ve como llenos de defectos o como obstáculos para sus propios
planes.
Esa impaciencia daña. A uno
mismo, porque no es bella la vida cuando surge una malsana indignación hacia lo
que no controlamos. A otros, porque nos apartamos de quienes vemos como
enemigos cuando no lo son.
Para evitar esos daños
necesitamos conquistar la virtud de la paciencia. ¿En qué consiste? Según
explicaba santo Tomás de Aquino, la paciencia consiste en soportar aquellas
tristezas propias de la vida, en vistas a la esperanza de la vida eterna (cf.
"Suma de teología" II-II, q. 136).
La paciencia se relaciona con
la fortaleza, pues nos ayuda a afrontar las dificultades con decisión. También
se relaciona con la esperanza, pues nos hace ver que los males cesan y que Dios
premia a los buenos; y con la caridad, según recuerda san Pablo en 1Cor
13.
En el continuo caminar, entre
alegrías y penas, entre éxitos y fracasos, entre momentos de bonanza y otros de
tormenta, la paciencia permite superar los golpes y seguir con serenidad en el
camino del bien.
El Antiguo Testamento
recomienda varias veces la paciencia, pues gracias a ella vencemos las
dificultades. "Más vale el término de una cosa que su comienzo, más vale
el paciente que el soberbio" (Qo 7,8).
En el Nuevo Testamento la
paciencia está directamente relacionada con la salvación: "Ya que has
guardado mi recomendación de ser paciente, también yo te guardaré de la hora de
la prueba que va a venir sobre el mundo entero para probar a los habitantes de
la tierra. Vengo pronto; mantén con firmeza lo que tienes, para que nadie te
arrebate tu corona" (Ap 3,10‑11).
La paciencia es una virtud por
conquistar. Cuando el tráfico arruine nuestros planes, cuando un gobierno
desafortunado provoque caos y crisis económicas, con la paciencia mantendremos
viva la esperanza, y seguiremos serenamente en la tarea de amar a Dios y a los
hermanos.