TRAGOS
DE MISIÓN
Este era el tercer año en
que trabajarían en la ciudad.
Son unos quince días de su
presencia en medio de nosotros.
Llegan con toda su
organización y sus ganas a cuestas.
Muchos ya eran conocidos
puesto que han venido por tercer año consecutivo y no faltan, como siempre, los
que llegan por primera vez.
El primer año me había
propuesto, luego de mis años de misión en el Km. 16 (fueron nueve años
consecutivos de esa experiencia), que no era conveniente establecer vínculos
puesto que luego se marchan y dejan una profunda sensación de ausencias. Tal
cosa me resultó imposible.
El segundo año ya pude
acompañarles un poco más y disfrutar sus presencias.
Este año se me obsequiaron
muchos tragos de misión los que intenté saborear y disfrutar muchísimo.
Compartir con ellos la
eucaristía es toda una experiencia gratificante puesto que empapada de la
fuerza y la alegría de los jóvenes.
Sin duda era toda una
experiencia de oración fresca y reconfortante.
Celebrarles a ellos me implicaba
poner a su servicio lo mejor de mí puesto que sabedor de que poseen un camino
cristiano de búsqueda y compromiso.
No puedo decir eran
eucaristías conversadas puesto que no eran de hablar mucho sino de escuchar
muchísimo.
Pero celebraciones muy gratificantes.
Gratificantes resultan, también, los momentos de charlas
compartidas.
Eran momentos donde podía
disfrutar de un intercambio de opiniones, preguntas y cuestionamientos por demás interesantes.
Interesantes resultaban los
momentos de compartir algunas comidas donde no faltaban cuentos, bromas,
chistes y anécdotas que hacían a aquellos momentos siempre demasiados breves.
En muchas oportunidades,
cuando andaban por el barrio, se detenían en la parroquia a conversar un rato.
Sentados en la vereda se
reían, hablaban y desbordaban de disfrute.
Yo, la mayoría de las
veces, me limitaba a deleitarme con esos tragos de misión que regalaban
generosamente.
Sabía este,
desgraciadamente, sería su último año, y por ello trataba de disfrutarles lo
más posible desde mis posibilidades.
A medida iban pasando los
días uno podía ver en ellos los signos del cansancio pero ellos no impedían su
alegría, sus momentos serios o su entregan constante.
Jamás dejan de
transparentar el goce de lo que realizan. Disfrutan viviendo su tarea
misionera. Disfrutan del apostolado que realizan.
Disfrutan y lo comparten.
Disfrutan y lo transmiten con naturalidad.
Disfrutan y nunca olvidan
son jóvenes.
Disfrutan y nunca se ponen
en papel de especiales o raros.
Tienen algo de ambas cosas
puesto que no es normal encontrar jóvenes que se brinden en un compromiso tan exigente como el que
asumen.
Tienen algo de ambas cosas
puesto que no es común encontrarse con un grupo de jóvenes que realizan,
gozosamente, quince días de servicialidad desinteresada.
Ojalá existiesen muchos
jóvenes especiales y raros como estos locos lindos que uno aprendió
a valorar y estimar.
Ojalá existiesen muchos
jóvenes especiales y raros capaces de regalar tantos tragos reconfortantes de
pura misión.
Padre
Martin Ponce de León S.D.B