Vidas breves y vidas largas
P. Fernando Pascual
22-2-2019
Cada existencia humana inicia
desde una concepción frágil, casi invisible. El recién concebido aparece en el
seno materno como un proyecto abierto a mil posibilidades y también amenazado
por cientos de peligros.
En ocasiones, a los pocos días
o semanas, un hijo muere en el seno materno, sea como embrión, sea como feto.
Su existencia puede haber pasado desapercibida, o quizá sus padres supieron que
había iniciado un embarazo que terminó en un aborto espontáneo (o, por
desgracia, también provocado).
En otras ocasiones, el hijo
llega al momento de parto. La madre, el padre, y quienes están cerca de ellos,
sienten normalmente una enorme alegría, al mismo tiempo que perciben sus
responsabilidades para acompañar esa vida recién nacida.
En el pasado, y todavía en
muchos lugares también en el presente, muchos hijos mueren durante los primeros
años. Sus existencias fueron breves, con pocos cumpleaños y, en tantas
ocasiones, sin haber llegado a desarrollar la conciencia de sí mismos.
Otros viven más años. Pero a
unos antes, y a otros después, les llega el momento de la muerte. Además, hay
casos de existencias dañadas por enfermedades graves, o por condiciones
sociales difíciles, en las que pueden conjugarse carencias materiales y,
tristemente, también carencias afectivas.
Entre los que llegan a la edad
adulta, algunos consiguen una existencia más o menos realizada. Encuentran un
trabajo y un puesto en la sociedad. Son apreciados por familiares y amigos.
Dejan un pequeño espacio en la historia.
Otros tienen trayectorias más
difíciles. Por enfermedades físicas o psíquicas, llegan a situaciones de
soledad, de abandono, incluso de marginación. No faltan quienes, por motivos
diversos, cometen delitos más o menos graves que dañan a otros y que les llevan
a la cárcel.
En la amplia gama de
posibilidades, hay quienes alcanzan cierta fama. ¿Merecida o engañosa? No es
fácil responder. Porque a veces ocupan un lugar eminente en la historia
"personajes" que han provocado enormes daños, mientras que tienen un
espacio muy reducido en los libros y en las listas de "famosos"
hombres o mujeres que hicieron el bien a otros.
Asomarnos a tantas
posibilidades nos permite intuir que la distinción entre vidas breves y vidas largas
se une a otra distinción, entre vidas más conocidas o vidas completamente
desconocidas. Entre las conocidas, algunas son dignas de aplausos y otras
provocan condenas merecidas.
Surge la pregunta: ¿vale más
la vida de quien logra éxitos y reconocimientos, y vale menos la vida de quien
muere antes del parto o antes de cumplir 3 años? ¿Es correcto establecer
parámetros de calidad, como si hubiera vidas que no han merecido la pena, y
otras que tenían un valor superior?
Las respuestas pueden dependen
de muchos parámetros. Pero hay algo innegable en cada existencia humana: la
relación intrínseca con quienes la originaron y, más en profundidad, con Dios
que es la fuente de toda vida.
Por eso, a los ojos de Dios,
una vida breve no vale menos que una vida larga. Cada hijo vale por sí mismo,
simplemente. Luego, unos adquieren con los años matices que los convierten en
personas buenas o malas. Pero ningún ser humano es desconocido ante los ojos de
Dios.
Lo que más nos caracteriza
como humanos radica, por lo tanto, en esa relación con el Creador. Solo en la
vida futura comprenderemos el sentido y valor de vidas breves, y la importancia
y responsabilidad de las decisiones tomadas en quienes han tenido vidas más
largas...