ANTE UN PROBLEMA

 

La señora se llegó hasta mí con la ilusión de encontrar una solución.

Con toda seriedad me habló del  problema.

Nunca utilizó una palabra de desprecio o de mal gusto.

Siempre habló de la situación con verdadera preocupación y no demostró otra cosa que un sincero deseo de involucrarse en pos de una solución.

“En una oportunidad vi que usted pasaba en el auto y él gritó su nombre saludándole, por ello vengo a molestarle”

Así comenzó su conversación o, mejor dicho, su monólogo.

Para ubicarme me da el nombre de dos calles. “Allí, casi siempre, se encuentra”

Ubicaba perfectamente al lugar y a los que allí suelen encontrarse.

“Hace unos días estaba tan tomado que no podía levantarse de la vereda y hacía, cada tanto, unos movimientos como que estaba haciendo una convulsión. Luego de mucho rato tirado al sol (¿Usted se da cuenta lo que es, con estos calores, estar durmiendo al sol?) intentó levantarse y salir caminando. Logró bajar a la calle y comenzó a caminar. Después de unos pocos pasos se desplomó en la calle. Un señor lo vio caer y se acercó hasta él. Algo le habló y lo ayudó a ponerse en pie y lo sentó, nuevamente, en la vereda.

Se acercó hasta él uno de los que está allí en esa esquina, revisó sus bolsillos y le quitó las monedas que tenía y lo dejó continuase durmiendo en la vereda. Esta persona se movió para volverse a acostar en la vereda y continuar durmiendo. Allí lo volví a encontrar a la mañana y eso quiere decir que pasó toda la noche allí tirado. Le repito que vengo a hablarle porque me dio la impresión de que usted lo conoce y quiero saber cómo puedo ayudarle. Yo no le voy a pedir usted haga algo sino que yo quisiera ayudarle.”

Dos días después me vuelve a encontrar para decirme que había pasado, la persona a la que hacía referencia, durmiendo en la vereda bajo la lluvia.

“¿Qué puedo hacer por ese hombre?”

Como única respuesta le manifesté que si se le ocurría algo para hacer me lo hiciese saber así lo hacía yo.

Le dije el nombre de esa persona y le narré algunos trozos de su vida.

Le dije que esa persona dormía casi todas las noches en la parroquia pero que hacía varios días no venía.

En una oportunidad le pregunté dónde había pasado la noche y me dijo había venido aquí. Le dije que se lo preguntaba porque por aquí no había venido.

“¿No vine? Entonces no sé dónde quedé”

Sé que cuando no viene es porque está tan tomado que no llega a salir de la esquina.

Es evidente que se está destruyendo físicamente pero, también, que el alcohol le tiene dominado.

Entiendo es muy difícil pueda salir de ese mundo de alcohol en el que vive inmerso.

Tal vez, con mucho esfuerzo de su parte, podría dejar de tomar pero para ello debería abandonar lugares y gente que le rodea.

Su deterioro físico es muy fácil de suponer puesto que cada vez el vino le afecta más.

Para él hay cosas que son muy importantes como la marca de una camisa que utiliza pero llega a un estado tal que todo deja de importarle.

Ya no le importa orinarse y estar así ante la vista de todos.

Poco a poco su deterioro es más notorio y su ebriedad permanente.

Desde hace varios días su único alimento es el vino que ingiere y ante ello no hay organismo que pueda resistir por mucho tiempo más.

En una oportunidad me manifestaba su deseo de quitarse la vida pero sabía no podía hacer tal cosa pues Dios no quiere eso. Pero, sin desearlo, poco a poco se va matando con el alcohol.

No es que me resigne a verle en un creciente deterioro pero, realmente, ya no logro saber cómo poder ayudarle.

Por ello es que, como única respuesta, le dije a aquella señora si a ella se le ocurría algo me lo hiciese saber así yo lo hacía.

 

Padre Martin Ponce de Leon SDB