Estados y ética
P. Fernando Pascual
28-2-2019
En diversos momentos se ha
formulado esta pregunta: ¿puede un Estado que aspire a ser democrático asumir
como propia una visión ética concreta, en general o sobre algunos aspectos de
la vida pública?
La pregunta, formulada de modo
especial en lo que llamamos Occidente, recibe respuestas afirmativas o
negativas, y se dan motivaciones diferentes para tales respuestas.
Una mirada atenta sobre el
tema lleva a responder que todo Estado, lo quiera o no, asume como criterio
organizativo una visión ética más o menos elaborada.
Pensemos en un caso que
parecería paradójico: el de quienes defienden que un Estado verdaderamente
pluralista y neutral no debería asumir ninguna visión ética.
Los defensores de tal idea
tienen un criterio ético para juzgar la bondad o la maldad de los Estados: ver
si adoptan o no contenidos éticos concretos. Es decir: no querer una visión
ética concreta significa querer la visión ética que considera como bueno que un
Estado no asuma visiones éticas...
La paradoja se supera con
explicaciones que pueden ser mejores o peores. Por ejemplo, la que ofrecía el
filósofo estadounidense H.T. Engelhardt, para quien
los buenos Estados asumen criterios éticos muy genéricos y con pocos contenidos,
mientras excluyen criterios éticos más concreto y parciales.
Otros autores, especialmente
entre los políticos, defienden claramente que los Estados necesitan adoptar
criterios éticos concretos. Por ejemplo, defender las libertades individuales.
O, en una visión bastante diferente, adoptar una fuerte intervención pública
para promover la justicia y la igualdad entre todos.
Los debates sobre un tema no
fácil sirven para mostrar que, en el fondo, ningún Estado puede prescindir de
un mínimo de criterios éticos. El verdadero problema radica en identificar
cuáles sean los mejores entre esos criterios éticos, en vistas a conseguir
modos de convivencia que tutelen la vida buena para todos los miembros de la
sociedad.