Voz del Papa
¿Me gusta rezar?
José Martínez Colín
1) Para saber
Si
queremos conocer algo, es un buen método analizar sus partes. En la medicina,
por ejemplo, se requieren análisis de sangre, para observar las distintas
partes de que está compuesta y así diagnosticar mejor. Por ello es interesante
el análisis del “Padre nuestro” que el Papa Francisco va realizando.
Podemos
encontrar en el “Padre Nuestro” siete invocaciones, dice el Papa, las cuales
están divididas en dos subgrupos: Las tres primeras tienen el “Tú” de Dios
Padre como centro; las otras cuatro tienen en el centro el “nosotros” y
nuestras necesidades. En la primera parte, Jesús nos hace entrar en sus deseos dirigidos
al Padre: “Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad”; en la
segunda es Él quien entra en nosotros y se hace intérprete de nuestras
necesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en la
tentación y la liberación del mal.
En
esta ocasión el Papa se refirió a la primera invocación: “¡Santificado sea tu
nombre!”. En esta petición se expresa la admiración de Jesús por la belleza y
la grandeza del Padre, y su deseo de que todos lo reconozcan y lo amen. Al
mismo tiempo, está la súplica de que su nombre sea santificado en nosotros, en
nuestra familia, en nuestra comunidad, en el mundo entero. Podemos contribuir a
ello si manifestamos la santidad de Dios en el mundo con el ejemplo.
2) Para pensar
Si
aconsejamos rezar el “Padre nuestro”, alguien podría objetar que no siente
gusto al hacerlo. Se puede responder que no se reza por placer. Pero además,
resulta que rezando sin gusto, el alma se va transformando hasta que llega a
disfrutar de la oración. En cambio, si nunca se reza, jamás se adquirirá el
gusto por rezar.
Al
respecto, hay un consejo sobre la oración que Santa Catalina de Siena escribe
en su libro “El Diálogo”. Son palabras que le dice nuestro Señor sobre la
oración vocal: “El alma no debe dejarla nunca. Y así con la perseverancia
logrará gustar de la oración… pues la oración perfecta no se adquiere con
muchas palabras, sino con el afecto del deseo que se levanta a Mí, con
conocimiento de sí mismo y de mi bondad”.
La
persona que acepta su condición limitada y necesitada, sabe que necesita orar y
no dejarla. Pensemos si somos humildes y constantes en nuestra oración.
3) Para vivir
El
Papa Benedicto XVI decía que los santos del Paraíso nos recuerdan que el apoyo
diario para no perder jamás de vista nuestro destino eterno es, ante todo, la
oración.
Cuando
hablamos con Dios, no lo hacemos para revelarle lo que tenemos en nuestros corazones,
pues Él lo sabe mucho mejor. Se trata de ponernos en sus manos providentes. Dice
el Papa Francisco que es como rezar: “Señor, tú lo sabes todo, ni siquiera hace
falta que te cuente mi dolor, solo te pido que te quedes aquí a mi lado: Tú eres
mi esperanza”.
Así,
la oración ahuyenta todo miedo. El Padre nos ama, el Hijo levanta sus brazos al
lado de los nuestros, el Espíritu obra en secreto por la redención del mundo.
¿Y nosotros? Nosotros no vacilamos en la incertidumbre, sino que tenemos una
certeza: Dios me ama; Jesús ha dado la vida por mí; el Espíritu está dentro de
mí. Y esta es la gran cosa cierta. ¿Y el mal? Tiene miedo. Y esto es hermoso,
concluye el Papa Francisco.
José Martínez Colín es sacerdote, Ingeniero (UNAM) y
Doctor en Filosofía (Universidad de Navarra). (articulosdog@gmail.com)