PERDER LA VIDA

 

En diversas oportunidades los relatos evangélicos nos dicen de un Jesús pidiendo a sus seguidores que “pierdan la vida por él”

Perder la vida no es, necesariamente, morir.

Perder la vida es una vivencia interior que nos involucra completamente.

Implica conocimiento de uno mismo y de Él.

Cada uno poseemos una realidad compuesta por cualidades y defectos, por gustos e inclinaciones.

Tenemos una compleja mezcla de realidades que nos hacer ser nosotros mismos.

Esa individualidad no es, solamente, nuestro nombre y apellido y todas las otras condicionantes que nos hacen ser lo que somos.

Es por ello que toda comparación que realicemos con los demás no es un algo correcto puesto que todos somos diferentes. Tan diferentes que únicos.

En  nosotros existe un algo al que podríamos llamar: “YO”

Es nuestra identidad plena. Es lo que estamos llamados a realizar para realizarnos.

La realización personal no pasa por algún aspecto de nuestro “yo” sino por la totalidad de nuestro ser.

Realizarnos es un ejercicio de libertad y voluntad.

En un determinado momento de nuestra vida podemos descubrir que nuestra realización puede pasar por “perder nuestra vida”

Hacer tal cosa es un acto de libertad y madurez.

Podemos renunciar a aspectos de nuestro “yo” para incorporar, en su lugar aspectos del “yo de Jesús”

Para ello debemos conocer la verdad de Jesús y ejercitarnos en incorporarla a nosotros.

Es, de alguna manera, empequeñecer lo mío para hacer que lo suyo crezca y así construir lo “nuestro”

No es un acto de negación de nuestra personalidad sino un acto de madura libertad.

Solamente quien es muy libre puede realizar tal cosa puesto que requiere no estar atados a lo personal.

Perder la vida es, progresivamente, ir perdiendo lo de uno, sin perder personalidad, para que lo de Jesús sea en uno y, así, se construya ese nosotros de comunión con Él.

Comunión no es recibirlo sino incorporarlo y hacerlo actitud de vida.

Para que la comunión sea verdadera debemos ir en una creciente identidad para con Él.

Podemos recibirlo muchísimas veces pero la verdadera comunión comienza cuando comenzamos a perder nuestra vida y permitir la suya sea en cada uno.

Es evidente que jamás habremos de perder completamente nuestra identidad,  por lo tanto, nuestra identidad con Él jamás será uniformidad.

Si alguien pretendiese tuviésemos una uniformidad en nuestra postura para con Jesús estaría pretendiendo algo que Él no desea y no sería honesto.

Jesús siempre actuó con mucho respeto de la originalidad de cada uno. Jamás impuso uniformidades o cosas por el estilo.

Buscó y fomentó la libertad de cada uno en cuanto manifestando su originalidad. Buscó y pretendió que cada uno pudiese realizarse como persona prolongándole.

En una oportunidad una persona manifestó su rechazo de mi persona por el hecho de que: “Pretende todos tengan su filosofía de vida”

Si hiciese tal cosa sería un fracasado puesto jamás lograría alguien tuviese, como propia, mi filosofía de vida.

Si hiciese tal cosa sería un gran necio puesto que vivo para ser coherente conmigo mismo y estoy muy lejos de lograrlo como para pretender otro viva lo que yo.

Si hiciese tal cosa me creería más atrapante que Jesús puesto que Él se nos muestra pero nunca se nos impone.

Perder la vida es descubrir a Jesús y apasionarnos por lo suyo con tal fuerza que intentemos, libremente, hacerlo nuestro.

Es un empeño cotidiano y permanente. Es un empeño interminable pero apasionante.

 

Padre Martin Ponce de Leon SDB