Animarnos por haber alcanzado
metas buenas
P. Fernando Pascual
23-3-2019
La mente y el corazón
descubren ante sí muchas posibilidades. Algunas más fáciles, otras más
difíciles.
Al tomar decisiones, empezamos
a trabajar para que una meta se haga realidad. Si no hay grandes obstáculos, y
si la voluntad está bien entrenada, será posible llegar a una conquista
concreta.
En algunos casos, no tomamos
decisiones por miedo, o por inseguridad, o por falta de datos, o porque resulta
más fácil postergar la elección para un indeterminado "después".
Otras veces, las decisiones
inician un esfuerzo que no llega a término, porque nos hemos distraído con
otras cosas, o porque el cansancio se hizo sentir fuertemente, o porque optamos
por un cambio de ruta.
Reconocer que tenemos una
voluntad enfermiza, o que los obstáculos son enormes, y luego constatar que no
alcanzamos metas deseadas, son situaciones que pueden provocar desánimo y un
vago sentimiento de vacío.
En cambio, lograr poco a poco
metas buenas, descubrir que sí podemos llegar a donde deseábamos, nos anima e
ilusiona a la hora de planear nuevos proyectos.
Esto vale para muchos ámbitos
de nuestra vida: para lo personal, para las relaciones familiares, para el
trabajo, para la vida espiritual.
Somos seres humanos que
necesitan esa energía interior que surge cuando nos animamos tras haber
alcanzado algunas metas concretas. Al animarnos de ese modo, tendremos más
ilusión y deseos de emprender nuevas metas.
Sobre todo, en el camino que
nos permite crecer en el amor a Dios y a los hermanos, necesitamos concretar
nuestros propósitos con realismo y con esperanza.
Así, al progresar en el bien
sentiremos la alegría que surge tras un resultado positivo y correremos con más
ilusión en la maravillosa carrera de nuestra fe católica (cf. Flp 3,12).