La educación como camino de
novedades
P. Fernando Pascual
23-3-2019
Una característica de la
existencia humana consiste en la apertura al cambio. Hay cambios que ocurren de
modo fortuito, imprevisto. Otros se producen según leyes férreas de la física y
del mundo natural. Otros son, al menos idealmente, proyectados y orientados por
el hombre.
La educación se coloca en el
tercer grupo de cambios: aquellos que surgen desde la búsqueda de un modo
diferente de ser. ¿En qué consiste ese modo de ser? En la adquisición de un
saber, o de una habilidad, o de una competencia, o de otras cualidades que,
según se piensa, mejoran al educando.
Lo anterior puede parecer
demasiado abstracto, pero se hace mucho más asequible cuando ponemos ante
nosotros cualquier actividad educativa. Aquí enumeramos algunas a modo de
ejemplo.
Una madre enseña a hablar a su
hijo pequeño. El hijo todavía no domina el lenguaje, quizá le falta autocontrol
en los movimientos de la boca, de la lengua. Pero la madre sabe que palabra a palabra,
frase a frase, es posible que su hijo adquiera algo nuevo: la capacidad de
entender a otros y de expresarse.
Un niño va a la escuela.
Encuentra ante sí programas, aulas, profesores, compañeros, libros,
instrumentos electrónicos. Sus padres, sus maestros, la sociedad, esperan que
progrese, que adquiera conocimientos y habilidades, que cambie para mejor.
Un joven (o un adulto) lee un
libro, consulta páginas de Internet, pide una cita para resolver un problema o
para dar respuesta a una duda intelectual. Desde su misma interioridad, se
convierte en un protagonista de su propia educación, al acoger y dar cabida a
lo que otros le ofrecen.
La lista podría ser mucho más
amplia, pues debería incluir no solo las dimensiones intelectuales, sino
también lo que se refiere a prácticas manuales, a habilidades profesionales,
incluso a las reglas de conducta y a la ética. El ser humano está abierto,
continuamente, a acoger influjos del exterior y a avanzar hacia lo que es visto
como mejora.
En todos y en cada uno de
estos eventos, con mayor o menor conciencia, subyace un modo de concebir la
existencia humana, según el cual estamos abiertos a cambios, a procesos, a
novedades, que normalmente se orientan hacia lo que es visto como mejora.
Surgen en seguida las preguntas:
¿realmente las novedades y los cambios que se buscan en la educación son
buenos, llevan a mejoras? ¿Según qué criterio se indica que es mejor conocer esto
y es peor no conocerlo? Y con la palabra "esto" puede incluirse una
lista casi interminable de contenidos y habilidades.
Responder a esas preguntas no
resulta fácil, y algunas de las respuestas son muy diferentes entre sí, incluso
contrapuestas. Pero lo que resulta innegable es el hecho de que todo acto
educativo implica emprender un camino orientado a alcanzar algo nuevo,
distinto, considerado como "mejor", en quien es educado.