Promesas y futuro
P. Fernando Pascual
28-4-2019
Uno de los fenómenos que nos
caracteriza como humanos es la capacidad de pronunciar promesas. En cada una de
ellas formulamos un compromiso ante otro u otros de realizar un acto concreto o
de vivir de una manera determinada.
Al analizar este fenómeno
surgen varias preguntas: ¿por qué hacemos promesas? ¿Queremos de verdad
comprometer nuestro futuro según lo que pensamos y sentimos en el presente? ¿Somos
capaces de cumplirlas? ¿No existen promesas malas? ¿Qué hacer cuando empieza a
flaquear nuestro interés hacia lo prometido?
Otro aspecto de las promesas
consiste en quedar atados, en cierto modo, con quien las recibe. Si prometí a
un amigo ayudarle en su trabajo por remodelar la casa sé que mi tiempo futuro debe
ajustarse a esa promesa, aunque me cueste.
En un texto sin fecha de su "Diario
metafísico", el filósofo Gabriel Marcel reflexionaba sobre este hecho
desde una experiencia suya.
"Prometí el otro día a
C... que volvería a visitarle en la clínica en que agoniza desde hace unas
semanas. Promesa que en el momento de formularla me pareció brotar del fondo de
mí mismo. Promesa debida a una ola de compasión: está desahuciado, él lo sabe,
y sabe que yo lo sé".
En esas líneas se percibe la
belleza de la amistad, la compasión ante el sufrimiento del amigo, y el deseo
de estar cerca de quien lo necesita. Marcel prosigue su reflexión con las
siguientes líneas:
"Han pasado varios días
desde mi visita. El estado de cosas que dictó mi promesa no se ha modificado, no
puedo sobre este punto hacerme ilusión alguna. Debo poder decir, sí, me atrevo
a asegurar, que me inspira siempre la misma compasión. ¿Cómo justificaría yo un
cambio en mi disposición interior, puesto que nada ha sobrevenido que haya
podido alterarla? No obstante, debo confesar que mi compasión sentida el otro
día no es hoy sino una compasión teórica. Juzgo todavía que es desgraciado, que
hay que compadecerle, pero el otro día ni se me hubiera ocurrido formular tal
juicio. Era perfectamente inútil. Mi ser no era más que impulso irresistible
hacia él, deseo loco de ayudarle, de mostrarle que estaba con él, que su
sufrimiento era el mío.
Debo reconocer que este
impulso ya no existe y que no está en mi mano sino el imitarlo por un artificio
del que algo en mí se niega a quedar burlado. Todo lo que puedo hacer es
observar que C... es desgraciado, solitario y que no puedo abandonarlo; por
otra parte, he prometido volver; mi firma está al pie de un contrato y este
contrato está en su poder".
El sentimiento de compasión
que fue causa de una promesa puede esfumarse, hasta quedar convertido en un
recuerdo o una idea. Pero la promesa está hecha, y Marcel lo sabe. Tras el paso
del tiempo le gustaría experimentar hacia su amigo lo que había sentido al
comprometerse a visitarle de nuevo, pero los sentimientos cambian...
Este texto refleja, con una
sinceridad sorprendente, cómo los seres humanos estamos sujetos a cambios
profundos en nuestros modos de pensar y de sentir, al mismo tiempo que somos
capaces de mantener una promesa aunque pueda resultarnos costosa.
Lo importante, en toda
promesa, es descubrir qué deseo de hacer el bien queda protegido a través de un
compromiso, compromiso que puede quedar reforzado desde la confianza en Dios.
Así será posible mantener acciones concretas orientadas a ayudar a un familiar,
un amigo, un conocido.
A pesar de los cambios
interiores, una promesa buena seguirá en pie si somos capaces de ir más allá de
los sentimientos y de secundar una voluntad que desea no solo ser fiel a esa
promesa, sino sobre todo a las personas que esperan ese esfuerzo nuestro por
ayudarlas en tantas necesidades de la vida humana.