SOMOS ENVIADOS

 

Sentir nuestra experiencia de enviados hace a nuestra esencia de cristianos.

Enviados  “como el Padre me envió” nos dice Jesús en los relatos evangélicos.

Por ello es que debemos mirarle a Él para saber lo que hace a nuestra condición de enviados.

Nada de lo que hace a la condición humana le resulta indiferente.

Invita pero no obliga a un seguimiento. Respeta a cada uno en sus opciones.

Va al encuentro de aquellos que, por diversas razones, se encontraban marginados por el sistema religioso de su tiempo.

Los que no contaban para el sistema son de su atención preferente.

Manifiesta un afecto particular por aquellos que poseen alguna necesidad.

Los pecadores son quienes reciben su atención especial puesto necesitados del amor cercano de Dios Padre.

Nos presenta a un Dios que nunca deja de colmarnos con su misericordia.

Vive la vida con pasión poniendo lo mejor de sí en cada uno de sus actos.

Su actuar no hace otra cosa que dignificar a cada uno en su condición de persona porque razón del amor de Dios.

Jesús no es un fundamentalista del Reino sino que disfruta en compartirlo con toda su realidad. Cada uno de sus signos no es otra cosa que un canto de alabanza al Reino del Padre.

Se sabe portador de una buena noticia y obra en coherencia para con ello.

Ama a cada uno por lo que es y no por lo que puede llegar a ser.

No se carga de rituales o estructuras sino que fomenta la fraternidad y la disfruta con sus seguidores.

Su ser enviado no es una teoría sino un gozoso estilo de vida que se hace propuesta.

Así podríamos continuar mirando a la persona de Jesús para saber en qué hace consistir su condición de enviado. Condición que nunca olvida ya que jamás se pone como fin en sí mismo.

Él conduce y muestra al Padre y ello es una ruptura con el sistema de su tiempo que se basaba en el estricto cumplimiento de preceptos estrictos.

Por ello es que ser enviados como Jesús lo fue está muy lejos de ser una cuestión de saber y transmitir sino una cuestión de asumir la vida e intentar vivirla como él.

Ser enviados no pasa por llevar La Biblia bajo el brazo o vivir haciendo gárgaras con la Palabra de Dios.

Es asumir el rol de la sal o la levadura que siempre se toma un tiempo para actuar.

Es vivir lo cotidiano empapando a tal cosa de “buena noticia”

Es ser promotores de la persona a su más plena dignidad desde gestos concretos.

Es mostrar cercanía para con aquellos más necesitados.

Es ser promotor del bien común en su sentido más pleno y con hechos bien reales.

Jesús no es un demagogo sino que posee los pies bien sobre la tierra y obra en consecuencia a ello.

No ofrece más de lo que está a su alcance ni pide más de lo que cada uno puede brindar.

Ser enviados no es ser portadores de soluciones mágicas o inmediatas sino ser colaboradores de lo que cada uno puede realizar para ayudarse a sí mismo.

Ser enviados no es encerrarse en un templo ni refugiarse en rituales sino ser promotor del otro como ser humano.

Es no ser indiferentes a las realidades que nos rodean y solicitan, de nosotros, una mano solidaria.

Ser enviados es vivir el hoy, muchas veces, como signo de contradicción porque viviendo valores que el sistema actual no tiene en cuenta.

Ser enviados es apuntar a lo esencial sin quedarnos en lo aparente o sin sumarnos a la realidad individualista del hoy.

Por ello no es sencillo ser enviados pero Él no nos presenta una única manera de hacerlo sino que nos hace saber que cada uno puede serlo desde un estilo de vida.

Ser enviados no es un diploma que se otorga sino una tarea que debe asumirse.

 

Padre Martin Ponce de León SDB