La ley y la trampa
P. Fernando Pascual
3-5-2019
Platón había notado el peligro
enorme que surge cuando llega al poder un pésimo gobernante. Al mismo tiempo,
tuvo claro que a través de buenas leyes sería posible controlar con más o menos
eficacia los daños de ese gobernante, incluso destituirle.
El problema es que las leyes
están sometidas, muchas veces, a la voluntad del gobernante. En ocasiones,
porque manda a base de trampas. En otros casos, porque cuenta con el apoyo de
un parlamento que cambia las leyes según el gusto del tirano.
La idea según la cual
"quien hace la ley hace la trampa" refleja una triste realidad: la de
la fuerza de los ambiciosos que, sin escrúpulos, cambian lo que haga falta en
las leyes o en sus aplicaciones para actuar según sus caprichos o según
ideologías agresivas.
Por eso resulta tan importante
establecer mecanismos de control en los Estados para que no lleguen al poder
personas peligrosas, o para evitar al máximo los daños que podrían ocasionar si
alcanzasen a gobernar.
Por desgracia, ni los mejores
mecanismos son suficientes para detener a un mal gobernante, porque esos
mecanismos están en manos de hombres frágiles que pueden sucumbir al miedo o al
soborno.
Pero si la sociedad tiene un
porcentaje muy alto de personas atentas y proactivas, dispuestas a reaccionar
ante cualquier peligro de cambio de leyes a favor de gobernantes sin
escrúpulos, habrá más espacio para actuar contra los tiranos.
La historia humana está teñida
de lágrimas y sangre provocadas por gobernantes ambiciosos, obcecados,
egoístas, carentes del respeto a los principios básicos de la justicia y la
verdad.
Seguramente también en el
presente y en el futuro habrá nuevos malos gobernantes capaces de provocar
mucho daño. Pero esperamos en Dios que también haya muchos funcionarios
honestos y miles de personas de la calle dispuestas a defender buenas leyes que
garanticen la justicia y la paz que tanto necesitamos.