CADA DÍA SU AFÁN
Diario de
León
La FAMILIA Y LA VIDA
Ya han pasado
veinticinco años. Por iniciativa de la Organización de las Naciones
Unidas, en 1994 se celebró el Año Internacional
de la Familia. Con ese motivo, el papa san Juan Pablo II publicó su famosa
carta a las familias, que “constituyen
el camino de la Iglesia”.
El libro del Génesis contiene la primera afirmación de
que el hombre y la mujer tienen la misma dignidad: ambos son igualmente
personas, unidas por lazos de comunión y de complementariedad.
Sus hijos deberían consolidar esta alianza, enriqueciendo y profundizando la
comunión conyugal del padre y de la madre. Cuando esto no se da, hay que
preguntarse si el egoísmo no será en ellos más fuerte que el amor.
La paternidad y la maternidad son en sí mismas una
particular confirmación del amor. Pero ese resultado no es automático. Es una tarea confiada al marido y a la mujer. “En
su vida la paternidad y la maternidad constituyen una novedad y una riqueza
sublime, a la que no pueden acercarse si no es de rodillas”.
Cuando de la unión conyugal de los esposos nace un hijo,
éste trae consigo al mundo una particular imagen y semejanza de Dios mismo. Dios
ha amado al hombre desde el principio y lo sigue amando en cada concepción y
nacimiento humano. Dios ama al hombre como un ser semejante a él, como persona.
Este hombre, todo hombre, es creado por Dios por sí mismo.
Ahora bien, esto
es válido para todos, incluso para quienes nacen con enfermedades o
limitaciones. Ya desde el momento de la concepción y, más tarde, del
nacimiento, el nuevo ser está destinado a expresar plenamente su humanidad, a
encontrarse plenamente como persona. Y esto afecta absolutamente a
todos, incluso a los enfermos crónicos y los minusválidos.
La generación de los hijos es un milagro de amor. Los
esposos desean los hijos para sí, y en ellos ven la coronación de su amor
recíproco. Los desean para la familia, como el don más excelente. Por eso, con
el amor de Dios ha de armonizarse el de los padres. En ese sentido, éstos deben
amar a la nueva criatura humana como la ama el Creador.
Es verdad que el nacimiento de un hijo significa para los
padres ulteriores esfuerzos, nuevas cargas económicas, otros condicionamientos
prácticos. Sin embargo, el niño hace de sí mismo un don a los hermanos,
hermanas, padres, a toda la familia. Su vida se convierte en don para los
mismos donantes de la vida, los cuales no dejarán de sentir la presencia del
hijo, su participación en la vida de ellos, su aportación a su bien común y al
de la comunidad familiar.
En ocasiones, el nacimiento de un hijo se ve como una
desgracia. A veinticinco años de distancia de la carta de Juan Pablo II a las
familias, en este momento es aún más necesario afirmar y repetir que la vida
del nuevo hijo es un don precioso para toda la familia.
José-Román Flecha Andrés