Tecnologías seguras que matan
P. Fernando Pascual
30-5-2019
La tecnología ahorra trabajo,
disminuye el riesgo de los errores humanos, facilita el acceso a muchos bienes
materiales.
Pero la tecnología más segura
no puede garantizar ni la salud, ni la vida, ni la completa ausencia de
errores.
En primer lugar, porque la
tecnología es obra humana, sometida, como todo lo humano, a fallos que las
mentes más perspicaces no pueden suprimir completamente.
En segundo lugar, porque la
tecnología queda a disposición de hombres con todo lo bueno y con todo lo malo
que llevan en su corazón. Por eso un descubrimiento farmacéutico puede ser
usado para curar o para matar...
En tercer lugar, porque la
tecnología más perfecta, al ser aplicada por personas concretas a situaciones
variables, entra en el dinamismo de lo contingente y "sufre" ante
factores difícilmente previsibles.
Algunos accidentes de aviones
con un "excelente" programa electrónico han puesto en evidencia estas
fragilidades de la tecnología en uno de los ámbitos más avanzados: la
programación informática.
Por eso podemos encontrarnos
con la sorprendente paradoja de que existan tecnologías muy seguras que al
final matan y provocan daños, a veces con una fuerza incontrolable, como cuando
explota un reactor nuclear...
El sueño prometeico de dominar
el mundo, de eliminar los males en la tierra, de avanzar gracias a la
tecnología hacia la felicidad y la riqueza, choca una y otra vez con hechos,
algunos de los cuales desvelan un mal profundo que afecta todo lo humano.
Solo cuando dejamos a un lado
el espejismo del mito del progreso, que imagina un planeta perfecto gracias a
los estudios científicos y las tecnologías más avanzadas, veremos claramente
los peligros que forman parte de nuestra condición humana y que nunca podremos
eliminar del todo.
Porque, lo queramos o no, la
tecnología está siempre sometida a las decisiones humanas, caracterizadas
siempre por una apertura indeterminada hacia lo malo (cuando escogemos el
egoísmo y la prepotencia) o hacia lo bueno (cuando optamos por aquello que nos
conduce hacia el amor a Dios y a los otros).