Estaba
por comenzar la misa dominical.
Como
siempre, espero en la puerta del templo la llegada de los fieles hasta la
llegada de la hora tomando y compartiendo unos mates.
Allí
uno se entera de algunas novedades o escucha algún comentario que se reitera.
Era
ya la hora cuando llegan dos personas. Espero suban la escalera para saludarles
y luego ingresar al templo para comenzar.
Una
de las personas, junto con el saludo, me dice del fallecimiento de una señora
muy cercana a la parroquia.
Me
impactó aquella noticia puesto que no me había enterado del in suceso y llamó
mi atención el hecho de que nadie hubiese avisado pero…….
Desde
hacía tiempo aquella señora venía padeciendo diversos quebrantos en su salud y,
por lo tanto, la noticia podía ser realidad.
Mientras
celebraba la eucaristía me preguntaba si debía decir de tal fallecimiento o debía esperar para
averiguar.
Era
una persona muy “de la capilla” como para omitir un rezo por ella.
Realicé
un comentario y el pedido de una oración y en muchos de los presentes la
noticia fue una desagradable sorpresa puesto nadie se había enterado.
Al
concluir la misa una persona me dice que iba a ir a averiguar. Poco rato
después recibo un mensaje diciéndome: “Doña (el nombre de la señora) está mejor
que yo. Acabo de ir a la casa y estar con ella”
Todo
había sido una confusión y nada más que ello.
Yo
me recordaba de una vez que me encargaron una misa por una señora fallecida. Al
ver que los presentes eran todos extraños supuse eran todos allegados a la
difunta y la nombré reiteradamente. Han pasado ya más de treinta años y aún
recuerdo aquel nombre (“María Rosa”) Al concluir la eucaristía la señora que
había encargado la misa se me acercó furiosa para hacerme saber que María Rosa
era ella y no la persona difunta.
Sin
duda yo había equivocado la pregunta para saber el nombre de la difunta y ella
me había dado el suyo y le había nombrado reiteradamente.
Dicen
que lo que se logra con tal tipo de equivocaciones es prolongar la vida de a
quien se da por fallecida.
Por
eso, cuando vaya a saludar a la señora mencionada el domingo, le voy a llevar
una flor para que ponga en mi tumba el día de mi muerte puesto que ella ha de
tener una larga vida mientras yo juego, día a día, los descuentos.
Todos
sabemos que la muerte es un paso inevitable de la vida y que más tarde o más
temprano habremos de dar dicho paso.
Ninguno
está exonerado de dicho paso. Es nuestro final inevitable y lo tenemos que
tener bien presente aunque no vivamos agobiados con ello.
No
será el fin de nuestra existencia pero sí el paso a una realidad de vida
distinta.
Continuaremos
estando sin la necesidad de espacio y tiempo.
Continuaremos
estando sin la necesidad de nuestro cuerpo.
Dios
jamás nos arrebata lo que nos ha dado por ello jamás nos quitará la existencia
y habremos de pasar a una vida distinta a la actual.
En
esa nueva manera de estar habremos de poseer en plenitud todos esos valores por
los que empeñamos nuestros esfuerzos de hoy.
Allí,
en esa nueva manera de presencia, habremos de tener en plenitud todos esos
sueños por los que gastamos nuestros días.
Yo
no pesará la realidad física y todos los achaques propios de los años o del
tiempo vivido. Todo será calidad de vida en plenitud.
Nuestra
existencia física es una cuestión que depende del proyecto de Dios, dueño de la
vida y no un empeño de nuestras capacidades.
Tampoco
responderá nuestra presencia a algún error involuntario que pueda otorgar una
larga vida a otro.
Padre Martin Ponce de Leon SDB