La larga vida del maniqueísmo
ideológico
P. Fernando Pascual
14-6-2019
El maniqueísmo, en una de sus
posibles formas, distingue la realidad entre dos principios contrapuestos: el
bien y el mal.
El maniqueísmo ideológico
lleva a analizar las personas, los grupos sociales, los partidos, las naciones,
las religiones, y otras realidades de un modo fuertemente dicotómico.
En esa perspectiva, los seres
humanos quedan etiquetados en buenos o malos según entren a formar parte de un
bando o de otro.
Unos son declarados buenos,
completamente buenos, sin rastros (o casi) de mal. Otros son clasificados como
malos, completamente malos, sin rastros (o casi) de bien.
En el siglo XX hubo dos
ejemplos tristemente famosos de maniqueísmo ideológico: el marxismo leninismo
aplicado en la URSS y en otros lugares, y el nacionalsocialismo hitleriano.
Se podrían poner ejemplos
recientes que muestran cómo este fenómeno tiene todavía una larga vida en
diferentes ámbitos de nuestra sociedad.
Pongamos dos ejemplos: muchos
condenan sistemáticamente acciones de occidentales "blancos", y
guardan un silencio aprobatorio ante acciones de indígenas aislados si matan a
algún extranjero que pise sus territorios.
Un segundo ejemplo lleva a
algunos a pensar que cualquier propuesta de reformas económicas en sentido
liberal va automáticamente contra los derechos de los trabajadores, mientras
que cualquier reforma que dé mayor peso al Estado en economía es presentada
como socialmente positiva.
La realidad es mucho más rica
y compleja. Los análisis maniqueos simplifican, distorsionan, niegan datos
desfavorables a la propia ideología y dan un relieve excesivo a los datos
favorables.
Pero más allá de maniqueísmos
engañosos y de ideologías que condenan en masa a los adversarios, el amor a la
verdad y a la justicia lleva a reconocer que en muchos grupos humanos se
mezclan el bien y el mal, lo correcto y lo equivocado, lo noble y lo perverso.
No se trata de negar la
presencia en el mundo de aspectos positivos y de aspectos negativos. Lo que
importa es dar a cada uno lo que le corresponde, sin reduccionismos ideológicos
y sin maniqueísmos orientados a condenas sumarias contra algunos seres humanos,
cuando en realidad, en la mayoría de los casos, junto a errores y defectos
condenables, existen también elementos buenos que merecen ser reconocidos.