LOS PIES DESCALZOS

 

Como todas las jornadas salgo al encuentro de la realidad con los pies descalzos.

Lo primero que llama mi atención es el cambio de temperatura que experimento al dejar atrás el tibio calor de mi cama.

Pero, hoy, al salir, ese cambio de temperatura se hace mucho más notorio debido al frío que encuentro en la intemperie.

Poco a poco una blanquecina helada comienza a levantarse ahuyentada por una suave pero persistente brisa que penetra todo.

Parece que la noche ha sido inhóspita puesto que en la esquina no hay nadie. Suele encontrarse un grupo de jóvenes que pasan allí desde la media tarde hasta el despertar del día. Solamente los días de lluvia no se encuentran pero hoy, parece, el frío los llevó a retirarse más temprano.

El frío en  mis pies hace que ya no se sientan fríos.

Algunos de esos jóvenes suelen repetirse casi todas las jornadas pero, en ocasiones, sus rostros son otros.

En oportunidades parecería que el alcohol les permite mantenerse durante tanto tiempo reunidos ya que sus estados tambaleantes reflejan profusa ingesta.

Me pregunto muchas cosas pero ninguna de mis interrogantes obtiene respuesta.

No logro ponerme en la mente de esos jóvenes nocturnos y en su sentido de la vida.

Para ellos, supongo, ese pasar horas y horas allí sentados conversando y tomando ha de tener sentido y razón.

Me gustaría saber qué temas ocupan sus largas horas de conversación que, en oportunidades, adquiere un volumen considerable.

Me gustaría saber qué esperan de sus vidas sentados gastando la noche.

En una oportunidad uno de ellos se tiró sobre el auto mientras me pedía unos pesos para el vino. Uno de ellos le dijo: “Es el cura, déjalo pasar” y así me libré de aquel incómodo peaje. Nunca más me molestaron.

Muchas veces me he visto tentado a detenerme y hablar con ellos pero todo me hace suponer que ello es inútil puesto que no están en condiciones de mucha conversación coherente.

Hay veces que, desde el grupo, surge una voz de saludo y respondo al mismo pero la gran mayoría de las veces están inmersos en su mundo y su realidad.   

No puedo negar que su presencia cotidiana me intriga.

El frío en mis pies hace que ya no se sientan fríos.

Ha pasado poco tiempo que retiré mis pies del calor cómodo de mi cama y experimento como que la realidad me desafía con un frío intenso en los pies descalzos.

Trato de ser indiferente a tal realidad pero ello es un imposible.

Mis pies estaban cobijados de calor y, ahora, se desacomodan ante el frío de la realidad.

Me podrán decir muchas cosas de estos jóvenes y, tal vez, muchas de ellas las sepa pero no puedo ir a ellos cubierto con mis seguridades o razones, debo ir hacia ellos con los pies descalzos por más que hacer tal cosa me llene de frío.

El frío de no tener mucho para decirles.

El frío de que no les interese mi presencia.

El frío de que no habré de integrarme a su prolongada noche ni, creo, se interesen en integrarse a la vida del común de los horarios.

El frío de que no logre establecer con ellos algún interés compartido.

El frío de no poder entender su estilo de vida.

El frío de no caminar en una misma dirección.

Hoy, ahuyentados por el frío no se encontraban pero mi mente los ponía, como todas las mañanas, allí en la esquina.

Su desafío es más intenso que el frío que experimentan mis pies descalzos ante ese trozo de realidad allí presente.

Debo ir con los pies descalzos puesto que, de lo contrario, sería mejor y más cómodo permanecer con mis pies entre el tibio calor de la cama y ello ya ha quedado atrás.

 

Padre Martin Ponce de Leon SDB