DEUDOR
Si
miro correctamente mi vida debo asumir nuestra condición de deudor permanente.
Nuestra
existencia, nuestro entorno, nuestros afectos, nuestros sueños. Todo lo que
consideramos “nuestro” no es otra cosa que una acción de Dios.
Es
muy fácil de decir pero nos resulta costoso asumir y vivir en consecuencia.
Desde
hace muchos años, Dios, a diario me regala el don de la vida sin que haga
ningún tipo de mérito para merecer tal obsequio. Es pura gratuidad de su parte.
Muchas
son las veces que me limito a sobrevivir y, en algunas oportunidades, me
descubro viviendo de verdad.
Sobrevivo
cuando dejo que la jornada pase sin hacer nada por agradecer lo que se me ha
regalado con tanta generosidad.
Vivo
de verdad cuando puedo brindar lo mejor de mí a los demás y ello me implica
estar atento para escuchar y atender a los demás.
Sobrevivo
cuando utilizo el tiempo de cada jornada para mí desinteresándome por lo de los
demás.
Vivo
de verdad cuando me brindo generosamente sin anteponer lo mío.
Sin
lugar a dudas soy un deudor con respecto a lo que me significa el hecho de
estar vivo durante todos estos años de mi existencia.
Dios
me ha llevado a conocer y disfrutar de entornos muy diferentes a lo largo de
estos años y, sin embargo, no siempre he sabido disfrutarlo debidamente.
Estoy
tan acostumbrado a las realidades que me rodean que no sé disfrutarlas y
agradecerlas y olvido ellas están para hacer de mi vida una realidad mejor.
Miro
las plantas brotadas tan anticipadamente hoy en día y no se me ocurre
agradecerle a Dios el hecho de poder disfrutar de esa vida nueva que Él nos
muestra es posible.
¿Hago
algo por embellecer el entorno como para que, también, sea disfrutable para
otros? ¿Cuido el entorno en el que me toca estar?
Dios
me ha regalado seres extraordinarios a los que he podido querer porque me han
dejado les quiera.
Ellos,
sin duda, son un tesoro que Dios ha querido poner en mi vida para aprender de
cada uno de ellos.
¿Les
veo como regalo de Dios?
Si
por mí fuese jamás podría haber conocido a personas que me han regalado su
dulzura, su sonrisa, su afecto y su cercanía.
Si
por mí fuese jamás podría haber conocido a esas personas que me han apoyado y
empujado delicadamente a superar alguno de mis tantos límites.
Pero
Dios ha querido esas personas irrumpieran en mi existencia y les pudiese querer
y disfrutar muy por sobre mis méritos individuales.
Sin
lugar a dudas, un ser tan común como yo, no es merecedor de poder contar con
seres tan extraordinarios como tantos de los que se han ganado un espacio en mi
interior.
Todo
ello es, sin duda, un maravilloso regalo de Dios. ¿Les quiero como lo que son?
¿Les valoro en su justa medida? ¿Les he hecho saber lo importantes que son en
mí existir?
Sé
que, aún, tengo sueños para realizar. Que aún no estoy debidamente satisfecho
con lo que he hecho de mi vida puesto tengo muchísimo que agradecer y ello se
realiza con tareas y con entrega.
El
gracias a Dios no se hace con bonitas palabras sino con un estilo de vida
coherente y comprometida y aún, así lo siento, estoy lejos de hacerlo.
Por
todo esto es que me descubro siendo un deudor.
Esta
realidad de deudor no me agobia sino que me alienta a buscar respuestas
coherentes y concretas.
Esta
realidad de deudor no es una pesada carga sino una fuerza para asumir nuevos
compromisos de entrega y solidaridad.
Esta
realidad de deudor no es un algo que haga bajar los brazos sino un aliciente a
brindar, de mí, lo mejor a los demás.
Padre
Martin Ponce de Leon SDB