Un edicto
del emperador Valeriano en el año 258
decretaba la muerte de todos los obispos, presbíteros y diáconos. Lorenzo fue apresado junto al Papa, que
recibió el martirio el 6 de agosto.
En su obra “De Officiis”, San
Ambrosio de Milán imagina las palabras finales que Lorenzo dirige al Papa:
“¿Dónde vas, padre, sin tu hijo? ¿Hacia dónde te apresuras, santo obispo, sin
tu diácono? Tú nunca ofreciste el sacrificio sin tu ministro. ¿Qué te disgustó
de mí, padre? ¿Tal vez me consideras indigno? Ponme a prueba, para ver si has
escogido un ministro indigno para la distribución de la Sangre del Señor.
¿Negarás a aquel que admitiste a los misterios divinos que sea tu compañero en
el momento de verter la sangre?”
Se dice que el emperador prometió a Lorenzo librarlo
de la condena a muerte si le entregaba los tesoros de la Iglesia. El santo
diácono mostró al emperador los enfermos, indigentes y marginados a los
que solía atender. Según él, aquellos eran los verdaderos tesoros de la
Iglesia. Cuatro días más tarde, el 10 de agosto, también Lorenzo recibiría la
palma del martirio, quemado en una parrilla, según cuenta el mismo obispo san
Ambrosio.
Pues bien, a san Lorenzo se ha referido Benedicto XVI en su carta encíclica Deus caritas est, cuando trata de poner de relieve el importante papel que han tenido en la Iglesia las diaconías como instituciones de caridad.
Según el papa emérito, “tras ser apresados sus compañeros y el Papa, a Lorenzo, como responsable de la asistencia a los pobres de Roma, se le concedió un cierto tiempo para recoger los tesoros de la Iglesia y entregarlos a las autoridades. Lorenzo distribuyó el dinero disponible a los pobres y luego presentó a éstos a las autoridades como el verdadero tesoro de la Iglesia. Cualquiera que sea la fiabilidad histórica de tales detalles, Lorenzo ha quedado en la memoria de la Iglesia como un gran exponente de la caridad eclesial”.
A la vista de los indigentes acampados en las calles de las ciudades más ricas del mundo, cabe preguntarse si hemos aprendido a compartir nuestros bienes con los pobres y los necesitados de hoy. Y sobre todo, si estamos convencidos de que ellos son los auténticos tesoros de la comunidad cristiana.
José-Román Flecha Andrés