APETITO

 

Desde que comenzamos con la actividad de la “Mesa Compartida” una de las realidades más admirables es poder constatar el apetito de alguno de nuestros comensales.

Por suerte nunca hemos tenido problemas con la cantidad de alimento realizado.

Siempre, gracias a Dios, ha sido suficiente para que todos puedan comer a discreción y puedan llevarse la comida  siguiente.

Con el paso del tiempo hemos podido aprender que hay algunos que no comen más de una servida.

Está el que no come la comida muy caliente y demora para comenzar debido a que debe dejarla entibiar.

Están los que comen lentamente y su demora les lleva a tener el plato casi lleno mientras la inmensa mayoría ya ha concluido.

Están aquellos que, en oportunidades, repiten porque la comida ha sido de su agrado o porque no quedaron satisfechos con la primera servida.

No faltan aquellos que siempre piden más. Dos y hasta tres veces repiten.

Si, por casualidad, se ha servido un plato de más no se duda en acercarlo a uno que siempre lo habrá de comer.

Generalmente antes de cada almuerzo se sirve algo para picotear y todos dan debida cuenta de ello. Esa comida previa no impide que lleguen a la mesa con apetito.

Apetito que se manifiesta en una prolongada ausencia de palabras mientras se dan los primeros bocados.

Luego, poco a poco, se va rompiendo el silencio y surgen las voces.

Alguna voz pondera la comida, alguna voz reclama se diga algo y no falta quien hace algún comentario que despierta el de otros.

Algunos se prestan a continuar los comentarios y otros apenas comentan algo.

Risas, cuentos, historias, bromas nunca faltan y son parte de la mesa compartida.

Algunos están formando parte de la  actividad  prácticamente desde el comienzo de la misma mientras otros se han ido agregando en el correr del tiempo.

Siempre uno de los temas es hacer referencia a las ausencias. No por un afán de pasar lista tomando asistencia sino por el hecho de preguntar si su ausencia no responde a algo serio o grave.

Cinco kilos de fideo, arroz o harina de maíz, se van por cada comida sin que sobre o se desperdicie.

Muy difícilmente alguien deja el plato a medio comer. Siempre se retiran cuando ya están vacios y así los dejan.

Muy distinto es lo que sucede con el apetecido postre.

No importa lo que sea ya que, siempre, es bien recibido. Porque lo devoran o porque se lo llevan para algún otro momento del día.

Hay algunos que comen con avidez el postre y quedan esperando por si se escucha un: “¿Alguien quiere más postre?” y anotarse para una repetición.

El postre nunca falta y, generalmente, es muy variado.

Alguna tarta, helado, pío nono, arroz con leche, torta con dulce de leche o alguna otra delicadeza preparada para la ocasión.

El postre les deleita y lo disfrutan con indisimulado apetito.

A lo largo de todos estos años hemos podido irnos conociendo hasta en su apetito.

A la inmensa mayoría les apetece “la comida de olla” como dicen ellos.

En una oportunidad nos trajeron, ya preparada, una comida diferente a lo habitual. Uno de ellos no comió porque “no me gustan las merenjenas (en lugar de berenjenas)” cuando, en realidad, era pollo.

Sin duda es muy gratificante verles comer puesto que ello hace brotar un inmenso gracias por la posibilidad que se les puede brindar.

Pero es, también, una razón para un prolongado gracias por todo lo que uno tiene y muchas veces no valora debidamente.

Ojalá supiésemos apreciar y agradecer todo eso que a diario podemos comer y muchas veces no valoramos como tal cosa se merece.

 

Padre Martin Ponce de Leon SDB