Pedir consejo
P. Fernando Pascual
20-8-2019
Pedimos consejo en mil asuntos
de la vida humana. En lo que se refiere al cuerpo, para encontrar una buena
dieta, para evitar daños en los ojos, para encontrar un médico competente ante
ciertos síntomas que nos inquietan.
En lo que se refiere al alma,
para elegir buenas lecturas, para tomar decisiones válidas, para discernir
antes de aceptar un empleo o de dejarlo, para continuar o romper con una
relación que no parece sana.
¿Por qué pedimos consejo?
Porque la vida está llena de incertezas. Porque tenemos miedo a equivocarnos.
Porque sabemos que un buen consejero ofrece luz y ayuda para comprender mejor
las cosas.
Es cierto que los consejos no
sustituyen la propia libertad. Tras pedir consejo, cada uno necesita evaluar
con calma lo recibido y, luego, tomar autónoma y responsablemente las
decisiones que espera sean mejores para la propia vida
y la de otros.
Existe el peligro de encontrar
malos consejeros, personas que dicen saber cuando en realidad están equivocadas
o confusas, si es que no buscan engañarnos con una malignidad dañina.
Gracias a Dios, existen buenos
consejeros. Son personas que desean nuestro bien, que tienen algo de
experiencia sobre las ideas que nos ofrecen, que nos respetarán si luego no seguimos
aquello que nos aconsejaron.
En un mundo donde hay miles de
ofertas en libros, grabaciones, páginas de Internet, necesitamos una mirada
penetrante y un corazón prudente para apartarnos de voces engañosas y para
escuchar a buenos consejeros.
En momentos sencillos, o en
situaciones importantes, pedir consejo refleja nuestra humildad ante la falta
de luz, y nuestra confianza en la bondad de quienes saben ayudar con sus
palabras al necesitado.
Con la ayuda de consejeros de
calidad, y desde la luz que Dios ofrece siempre a sus hijos, el camino de la
propia vida evitará peligros más o menos serios, y se orientará hacia
horizontes en los que sea posible crecer en el amor y la justicia.