CADA
DÍA SU AFÁN
EL MARTIRIO DEL BAUTISTA
Desde la cárcel, a la que había sido
arrojado por su fidelidad a la ley y por su coherencia con la verdad que predicaba,
Juan envió a sus discípulos al encuentro de Jesús. Llevaban la pregunta más
radical de la fe cristiana: "¿Eres tú el que tenía que venir, o hemos de
esperar a otro?" (Mt 11,3).
La pregunta da pie para informarnos de
las obras de gracia y misericordia que significan y realizan la manifestación
de Dios en la persona y la obra de Jesús: "Id a contar a Juan lo que
estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia
la buena noticia. ¡Y dichoso el que no encuentre en mí motivo de
tropiezo!" (Mt 11,4-6).
Pues bien, cuando los discípulos de
Juan se retiraron, Jesús hizo de aquel profeta un elogio encendido y un tanto misterioso: "Todos
los profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan. Y es que, queráis
aceptarlo o no, él es Elías, el que tenía que venir. El que tenga oídos que
oiga" (Mt 11,13).
Hoy nosotros quisiéramos encontrar un
relato apócrifo que nos hiciera saber
cuál fue la reacción del Bautista al recibir en la mazmorra la información de
los prodigios que Jesús hacía y el mensaje que anunciaba.
En aquel calabozo, Juan seguía siendo
la voz sin mordaza que proclamaba la verdad, exigía la justicia y pedía
conversión. Era un profeta que anunciaba y denunciaba.
Lo había hecho con todos. Así que no podía
mantenerse en silencio ante el adulterio de Herodes. Es verdad que Herodes lo
escuchaba con gusto. Pero igual que al rey
David, el adulterio lo llevaría al homicidio. En una fiesta de cumpleaños,
hizo a Salomé una promesa insensata. Y
entregó en un plato a Salomé la cabeza de Juan el Bautista (Mc 6,14-29).
No podía terminar de otra forma, aquel
que había sido elegido desde el vientre de su madre para preparar los caminos
del Mesías y proclamar la rectitud y la conversión.
Fue asesinado, pero su voz nunca podría
ser acallada. Sus discípulos recogieron su cuerpo para darle sepultura, pero no
pudieron enterrar su espíritu profético. Ante las voces que comentaban la
predicación de Jesús, crecía cada día la perplejidad del rey Herodes. El rumor
de las gentes lo atormentaba. Pero, al oír hablar de Jesús, el mismo Herodes
llegó a pensar en voz alta: "Ha resucitado Juan, a quien yo mandé
decapitar" (Mc 6,14-16).
Esa habría sido la mayor gloria para el
Bautista. Saber que con su muerte no
había muerto su voz. Saber que, muerto el mensajero, no moría el mensaje. Saber
que su voz llegaba a confundirse con la del mismo Mesías de Dios. Como dice san
Agustín, “Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra eterna desde el
principio”.
José-Román Flecha Andrés