La aventura de una siembra
P. Fernando Pascual
27-8-2019
En algunos lugares del planeta
la gente ve como algo normal la abundancia. La comida está asegurada, las
tiendas rebosan todo tipo de alimentos, la nevera garantiza que no faltará nada
en los próximos días.
Pero a veces es bueno lanzarse
a la aventura de la vida campesina. Conseguir unas semillas, irse a una granja,
trabajar un día y otro, darse cuenta de que no todo es seguro en la
agricultura.
Porque la vida del campo
depende del tiempo, del sol, de las lluvias. Es cierto que en muchos lugares
hay pozos, pero también es cierto que los pozos pueden secarse, y que las
mejores semillas más de una vez desaparecen al ser comidas por pájaros o por
insectos.
Por eso, cuando uno se lanza a
la aventura de una siembra, empieza a tocar de primera mano cómo tantos
factores escapan al propio control. Basta un pequeño cambio de viento, una
plaga de langostas o una helada para que buena parte de la cosecha quede
arruinada.
Al llegar cada día a nuestra
mesa y ver un poco de fruta, leche, café, pan, quizá otros alimentos, podemos
ir con la mente lejos, a una granja, a un campo de cultivo, donde mil factores
llevan a la abundancia o provocan carestías.
Es sano no acostumbrarnos a
tener ese plato de arroz ante mis ojos, o ese plátano llegado de tierras
lejanas. Es hermoso mirar al cielo y dar gracias a Dios por su Providencia y
por el trabajo generoso de miles de campesinos, ganaderos, pescadores,
transportistas.
Los días del calendario pasan.
Las estaciones llegan. Pasa el tiempo de sembrar y pronto habrá que limpiar los
campos de matorrales y malas hierbas.
Las golondrinas giran entre
las espigas, los murciélagos vuelan en el atardecer, los grillos inician su
concierto que llena de paz el alma.
Este año, esperamos, habrá
buena cosecha. No nos faltará el pan ni una buena mermelada de ciruela.
Damos gracias a Dios. Y
pedimos por todos aquellos a los que ese pan les falta y buscan caminos de
justicia y ayudas generosas (también la mía) para poder sobrevivir una semana
más...