RESERVADO EL DERECHO DE ADMISIÓN
Padre Pedrojosé Ynaraja
Acostumbro, o más bien
pretendo, enterarme de lo que pasa por el mundo, mediante los medios que tengo
a mano. Leo prensa diversa, noticiarios digitales y escucho informativos de la
radio y de la Televisión. Se repiten, no lo ignoro, pero cada medio ofrece sus
propios matices.
Se confirma lo dicho
al referirme ahora al descubrimiento que en California ha ocurrido, de que en
una única mansión, se alojaba un matrimonio con sus trece hijos, más o menos
secuestrados o encarcelados o las dos cosas a la vez. Todos los medios se han
referido insistentemente a ello. Todos también manifiestan su extrañeza de que
el “fenómeno” no fuera conocido antes. Veladamente, se están refiriendo a las
autoridades públicas, o a las que deberían velar la obligación de los menores a
asistir a la escuela, etc. etc. Respecto a esto último, hay que advertir, que
el padre tenía registrada la casa como centro de enseñanza y él mismo poseía
título académico superior, amén de que en ciertos lugares existe la posibilidad
de cursar estudios en el propio domicilio, sometiéndose a un cierto control.
Tengo un amigo que, hijo de cónsul francés, nacido en la Huelva andaluza,
estudió en su casa bajo la tutela de su progenitor, consiguió el certificado
correspondiente y hoy es alto oficial del ejército galo, sin haber asistido en
su niñez a colegio alguno.
Lo que me preocupa, o
más bien me intriga, es observar que ningún medio se ocupa del comportamiento
de los vecinos. Es unánime esta ausencia de comentarios. Y es lo que lamento,
sin que, por desgracia, crea que es un caso único.
Repito con frecuencia
que en la Biblia el verbo saludar aparece 119 veces. Constato también que tal
proceder es muy ignorado y poco practicado. Recuerdo muy bien que en mis
tiempos de vida y ministerio en La Llobeta, estando
hablando con alguien que había alquilado una vivienda allí y preguntándole yo
qué profesión tenía y al responder él su ocupación y empresa, le dije que un
amigo también residente en el barrio también trabajaba en idéntica compañía. Me
contestó él entonces con displicencia que ya se había dado cuenta, que había
visto su coche, que conocía muy bien, ya que tenía asignado aparcamiento junto
al suyo en la entidad donde trabajaba. He vivido experiencias semejantes. En
algunos casos, la única referencia que se tiene de un vecino es la raza del
perro que sacan a pasear.
En el caso del suceso
norteamericano, por lo que cuentan, no pudo suceder lo que por aquí ocurre, el
ensimismamiento y entrega total a manipular su Smartphone, que aísla al
propietario completamente de su entorno. Lee y manda WhatsApp a las antípodas,
envía fotos o canciones a quien reside al otro lado del océano, pero de quien
vive a su lado, ni se preocupa, ni le ayuda, ni siquiera sabe su nombre. Si uno
le indica que debería presentarse y ofrecerse, contesta que no le gusta meterse
en las cosas de los demás. A uno le parece escuchar entonces el eco de las
palabras de Caín: ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano? (Ge 4,9).
Lo curioso del caso es
que al recién llegado no le inquieta la indiferencia. Su casa parece que luzca
el letrero que encabeza este artículo.